(Domingo
III - TO - Ciclo C – 2016)
“El Espíritu del Señor está sobre Mí (…) hoy se ha cumplido
esta profecía”. (Lc 1, 1-4.4, 14-21). Estando en la Sinagoga, Jesús pasa a leer las
Sagradas Escrituras y lee un pasaje del profeta Isaías, en el cual el Mesías
describe su constitución y su misión: sobre el Mesías “está el Espíritu Santo”
y el Señor lo ha enviado para “llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar
la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los
oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.
Puesto
que en Israel muchos creían que cuando llegara el Mesías, éste conduciría a
Israel a liberarse de la opresión de los romanos, es decir, que sería un Mesías
cuya misión sería principalmente terrena, Jesús revela que la misión del Mesías
será eminentemente espiritual y dentro de esta misión, lo central es el anuncio
de la Buena Noticia a los pobres; también dará la libertad a los oprimidos y a
los cautivos, dará la vista a los ciegos y proclamará un año de gracia del
Señor.
Todo
lo que Jesús anuncia, pertenece al orden de lo espiritual y sobrenatural,
porque los pobres, objeto de la misión central del Mesías, seguirán siendo
pobres materialmente porque no se trata de los pobres materiales, al menos no
exclusivamente, sino de los “pobres de espíritu”, tal como dirá luego Él mismo
en el Sermón de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de Dios” (Mt
5, 3). Es decir, el versículo leído por Jesús en la Sinagoga, perteneciente al
libro del profeta Isaías, describe cuál es la misión central –podríamos decir
exclusiva y excluyente- del Mesías: “anunciar la Buena Noticia a los pobres” y
puesto que estos pobres no son los pobres materiales, sino los “pobres de
espíritu” y en esa pobreza de espíritu están comprendidos tanto los pobres como
los ricos materiales, eso quiere decir que el Mesías no ha venido para acabar
con la pobreza material de los hombres, puesto que la pobreza, como dirá el
mismo Jesús, siempre existirá: “A los pobres los tendréis siempre entre
vosotros” (Mt 6, 11), sino que ha
venido para cumplir una misión eminentemente espiritual: dar una “Buena
Noticia” a la humanidad, la Buena Noticia de que el hombre no sólo será
liberado de sus tres enemigos mortales –el pecado, la muerte y el demonio-
porque Él los derrotará a los tres en su sacrificio en cruz, sino que además,
le será concedida al hombre la filiación divina por la gracia del Bautismo.
Y
contra aquellos que, dentro de Israel, esperaban que el mesías fuera un líder
político que liberara a Israel de la opresión del Imperio Romano y también de
sus enemigos materiales y terrenos, Jesús revela que la misión del Mesías es ante
todo eminentemente espiritual, porque si bien ha venido a “liberar a los
oprimidos y a los cautivos”, se trata de quienes están oprimidos y cautivos por
el pecado, la muerte y el demonio, es decir, todos los hombres después de la
caída de Adán y Eva.
Que
la misión sea eminentemente espiritual, está confirmada por el hecho de que el
Mesías proclamará “un año de gracia del Señor”, es decir, inaugurará un tiempo
nuevo, el año de gracia, en el que Dios derramará su misericordia
sobreabundantemente sobre los hombres, para liberarlos de todas las
esclavitudes espirituales. De esta manera, Jesús revela que el Mesías cumplirá
una misión eminentemente espiritual y que no se limitará al Pueblo de Israel,
sino que será universal, porque se extenderá a toda la humanidad. Esto
contrasta con las visiones terrenas y reductivas del Mesías, por parte de
quienes esperaban en el Mesías, pero un Mesías meramente humano, terreno y
político. Es importante esta distinción acerca de la misión del Mesías, porque
la misma misión del Mesías, será luego continuada, en la tierra, en el tiempo y
en la historia, por la Iglesia. Esto quiere decir que, si bien la Iglesia está
obligada, por el mandamiento de la caridad, a atender a los pobres materiales,
sin embargo su misión principal son los “pobres de espíritu”, aquellos que
están sedientos de la Palabra de Dios, sean ricos o pobres materiales.
Pero
hay otro aspecto en la revelación de Jesús, además de la misión del Mesías y es
el hecho de que Jesús se atribuye ser Él el Mesías enviado por Dios: “Hoy se ha
cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Jesús dice que ese
pasaje “se ha cumplido hoy”, es decir, en Él, porque es en Él en quien está el
Espíritu de Dios. Ahora bien, el Espíritu de Dios puede estar en un hombre y
así ese hombre es un hombre santo, porque está asistido por el Espíritu de
Dios, pero no es esta la forma en la que el Espíritu está en Jesús: el Espíritu
Santo está en Jesús en cuanto Hombre y en cuanto Dios: en cuanto Hombre, el
Espíritu está en su Humanidad como unción, desde su Concepción, porque Jesús,
en su Cuerpo y en su Alma, en su Humanidad, fue ungido con el Espíritu Santo en
el momento de su Encarnación; en cuanto Dios, Él es, junto con el Padre, el
Dador del Espíritu, porque siendo Él Dios Hijo, espira el Espíritu junto al
Padre –y esto, tanto en cuanto Dios, como en cuanto Hombre-: será Jesús, junto
al Padre, quien expirará al Espíritu Santo en Pentecostés, así como es Jesús,
junto al Padre, quien expira al Espíritu Santo, que actúa a través del sacerdote
ministerial en la Santa Misa, para convertir el pan y el vino en su Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, la Eucaristía.
“El
Espíritu del Señor está sobre Mí”. Jesús es el Dios Mesías, que se ha encarnado
en el seno de María Santísima para donar al Espíritu Santo, el Espíritu que es “Fuego
de Amor Divino”, el Fuego con el que quiere incendiar los corazones: “He venido
a traer fuego sobre la tierra, y ¡cómo quisiera ya verlo ardiendo!”; es el
Espíritu que nos ha comunicado a los cristianos en Pentecostés; es el Espíritu
cuyo fuego debería estar ardiendo en nuestros corazones; es el Espíritu Santo que
deberíamos reflejar con nuestras obras de misericordia y por el cual, quien ve
a un cristiano, debería decir: “El Espíritu del Señor está sobre él”.
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