viernes, 13 de noviembre de 2015

"Verán venir al Hijo de hombre sobre una nube, lleno de poder y de gloria"


(Domingo XXXIII – TO - Ciclo B – 2015)

         “En aquellos días, el sol se oscurecerá, los astros se conmoverán (…) Verán venir al Hijo de hombre sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a sus ángeles para que congreguen a los elegidos desde los cuatro puntos cardinales” (Mc 13, 24-32). Jesús anuncia el Día del Juicio Final, Día en el que Él, como Justo y Eterno Juez, juzgará a la Humanidad dando a cada lo que ha merecido con sus obras: a los buenos, el cielo, a los malos, el infierno. Según el Catecismo de la Iglesia Católica el Juicio Final “consistirá en la sentencia de vida bienaventurada o de condena eterna que el Señor Jesús, retornando como Juez de vivos y muertos, emitirá respecto “de los justos y de los pecadores” (Hech 24, 15), reunidos todos juntos delante de sí. Tras el Juicio Final, el cuerpo resucitado participará de la retribución que el alma ha recibido en el juicio particular”[1].
         Pero antes del Día del Juicio Final, tiene que venir Él en su Segunda Venida y antes de esto, tienen que darse otros eventos escatológicos, como una guerra generalizada entre todas las naciones de la tierra –una especie de Tercera Guerra Mundial-, pestes, hambrunas, desorden, caos social universal, anarquía, desaparición del dinero y colapso económico mundial, entre otras cosas, todo lo cual preparará el terreno para la asunción del Anticristo como gobernante mundial. Cuando surja el Anticristo, detendrá la guerra generalizada y los conflictos, dando una falsa paz y así se erigirá como Autoridad Mundial, como “Señor del mundo”. Ayudará a la tarea del reconocimiento mundial del Anticristo el Falso Profeta, un hombre que aparentará ser religioso e incluso santo, pero siguiendo las órdenes de Satanás, actuará en contra de la Iglesia buscando su completa destrucción: “Y vi otra bestia que subía de la tierra; tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero y hablaba como un dragón” (Ap 13, 11). El Falso Profeta será un hombre muy astuto, que trabajará para que el Anticristo sea entronizado como Señor del mundo. Recién luego del reinado del Anticristo, que durará tres años, Nuestro Señor vendrá por Segunda Vez e instaurará un reinado de paz por mil años[2], al encadenar en el infierno a Satanás, al Anticristo y al Falso profeta. Es decir, antes de que Nuestro Señor Jesucristo llegue “sobre una nube, lleno de poder y de gloria” para juzgar a las naciones, el Anticristo -que actuará bajo las órdenes directas de Satanás y estará poseído por éste-, tiene que asumir el control de las naciones, ayudado por el Falso Profeta. El Anticristo será aclamado por la casi totalidad de los hombres porque –dice el Catecismo- “dará una solución aparente” a los problemas de la humanidad, pero al precio de la “apostasía de la verdad”. El Anticristo aparentará, en un primer momento, ser un gobernante comprensivo, amable, e incluso misericordioso, pero al cabo de tres años de reinado, mostrará su verdadero rostro de gobernante totalitario y dictatorial dando inicio a la última persecución sangrienta contra la Iglesia. Además de la tribulación que significa la persecución física, también en ese tiempo, según enseña el Catecismo, la Iglesia será sometida a una prueba, la prueba más grande desde su creación, y es de orden espiritual, porque la Iglesia será probada en la fe: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”[3]. Muy probablemente esta “prueba en la fe” de la que nos habla el Catecismo, sea la supresión del Santo Sacrificio del altar, la Eucaristía, pues el Anticristo, para instalarse como Señor del mundo, necesita quitar de en medio al Rey de reyes, Jesús, que está en la Eucaristía.
         “En aquellos días, el sol se oscurecerá, los astros se conmoverán (…) Verán venir al Hijo de hombre sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a sus ángeles para que congreguen a los elegidos desde los cuatro puntos cardinales”. Gobierno del Anticristo, prueba de fe, supresión de la Santa Misa y persecución a la Iglesia, oscuridad espiritual por todo el mundo, cataclismos cósmicos: ése es el panorama mundial y de la Iglesia para los tiempos inmediatamente anteriores a la Segunda Venida de Nuestro Señor.
El mismo Jesucristo glorioso, que vendrá sobre las nubes del cielo lleno de poder y gloria para juzgar a las naciones, se encuentra, oculto bajo el velo sacramental, en la Eucaristía. Adorémoslo en su Presencia Eucarística, amémoslo, por encima de toda tribulación; permanezcamos frente al sagrario, vivamos en gracia y rechacemos el mal, y así estaremos preparados para el encuentro definitivo con Él, cara a cara, ya sea el día de nuestra propia muerte seguida del Juicio Particular, ya sea el Día de su Segunda Venida, si nos toca estar vivos para presenciarlo.




[1] Cfr. Compendio, n. 214.
[2] Se trata del “Milenio espiritual”, sostenido por muchos santos, teólogos y doctores de la Iglesia, además de ser defendido por el Papa Juan Pablo II (cfr. Audiencia general del 14 de febrero de 2001 y la del 15 de noviembre de 1980); también el entonces Cardenal Ratzinger lo sostiene (cfr. entrevista al periodista Vittorio Messori, de la revista “Gesú”, noviembre de 1984). Hay que diferenciarlo de los milenarismos prohibidos, que son los milenarismos carnal –llamado Quilianismo-, milenarismo mitigado y los milenarismos seculares, propiciados respectivamente por el socialismo y el comunismo, el milenarismo gnóstico de la Nueva Era y el milenarismo del Nuevo Orden Mundial; cfr. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, arts. 676-677.
[3] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 675.

No hay comentarios:

Publicar un comentario