El cristiano está llamado a imitar a Cristo
en su bondad, en su compasión, en su misericordia
para con el pecador
“Yo no te condeno” (cfr. Jn 8, 1-11). Jesús salva a la mujer adúltera de ser lapidada y le perdona, en cuanto Hombre-Dios, sus pecados. El episodio refleja el abismo de misericordia que contiene el Sagrado Corazón de Jesús, que viene a traer una Nueva Ley, la ley del amor, de la compasión, de la caridad, que se contrapone a la ley antigua del "ojo por ojo y diente por diente".
Una y otra ley obran de modo distinto: mientras la Antigua Ley condenaba a muerte, y a una muerte cruel, como es la lapidación, la Nueva Ley, que brota del Corazón de Cristo como de una fuente, otorga el perdón, y es así como la mujer no sólo salva su vida física, al evitar la lapidación, sino que ante todo salva su alma, porque Cristo le perdona sus pecados. La condición es que no vuelva a cometer el pecado del que ha sido acusada: “Vete, y no peques más”.
Así vemos cómo si en la Antigua Ley predominaba la justicia, ahora, en la Ley Nueva, predominan la misericordia y la compasión.
El cristiano está llamado a ser una prolongación, una encarnación, un reflejo viviente, un espejo sin mancha, de esta caridad de Cristo. El cristiano no puede, de ninguna manera, regresar a la justicia de la Antigua Ley, porque de esta manera ofusca la imagen de Cristo que debe reflejar a su prójimo.
Uno de los principales modos que tiene el prójimo de anoticiarse acerca de la Nueva Ley de Cristo, además de la difusión por los medios escritos y electrónicos, es el recibir, de parte del cristiano, del bautizado, de aquel que ha recibido el don de la fe, el don de la Eucaristía, el don del Espíritu Santo en la Confirmación, la caridad, la compasión, la misericordia, la bondad, la paciencia, la generosidad del mismo Cristo, que se comunica en su Amor a través del bautizado.
Lamentablemente, muchos cristianos parecen no haberse enterado de la Buena Noticia, y siguen anclados en la Ley Antigua, lapidando a su prójimo no con piedras, sino con la lengua, con la murmuración, con el juicio injusto, con la condena, con la difamación. Los modernos fariseos, los cristianos que continúan en la Antigua Ley, lapidan, no el cuerpo, con piedras, sino el corazón del prójimo, con su lengua y con sus juicios infundados.
“Yo no te condeno”. La actitud de compasión del cristiano no significa condescendencia con el error del prójimo; no significa ser tolerante con su pecado; no significa aprobar su conducta errada, en el caso que la hubiere: significa imitar al Hombre-Dios en lo que lo podemos imitar: no en su justicia, pues sólo somos meras criaturas y no Dios, como Él, sino en su misericordia, en su compasión, en su amor.
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