“No
cometerás adulterio” (Mt 5, 27-32). Jesús
da las normas relativas al matrimonio, las cuales son mucho más estrictas que
las de la Antigua Ley: si antes estaba permitido el divorcio, ahora no lo está
más; si antes no era un pecado mirar con concupiscencia a otra mujer, ahora sí
lo es. Las nuevas normas, relativas al matrimonio, presentan una exigencia
mucho mayor que las de la Antigua Alianza. ¿Cuál es la razón? Es necesario tener
bien en claro el fundamento de esta mayor exigencia, porque muchos, por no intepretarlo
en su recto sentido, consideran a estas normas de Jesús como meramente morales,
es decir, como si fueran la mera regulación legal o moral del matrimonio,
derivada de un sistema nuevo de moral, el cristianismo. En otras palabras: para
muchos, la doctrina de Jesús, el cristianismo, es solo un sistema normativo del
comportamiento humano, ideado y establecido por un rabbí hebreo, Jesús de Nazareth. Para estos, debido a que es solo
una regla moral, pudo haber sido aceptado por muchos por mucho tiempo –Occidente
por veinte siglos-, pero esas reglas morales, para el hombre del siglo XXI, y
para el resto de la humanidad, ya no son más válidas, porque el hombre ha
alcanzado un nuevo estadio evolutivo, superior, de autonomía moral; estadio en
el que las indicaciones normativas de hace veinte siglos ya no le significan
nada. Por lo tanto, para la entera civilización humana, el mandato de un
maestro hebreo de religión de hace veinte siglos: “No cometerás adulterio”, no
le dice nada ni le significa nada, porque el hombre emancipado y autónomo
moralmente del siglo XXI no necesita una autoridad externa a él mismo para
decidir qué está bien y qué está mal: es él mismo, en su interior, quien crea,
con un acto de su conciencia creadora, el bien y el mal. Si decide que cometer
adulterio no es un mal en absoluto, entonces cometerá el adulterio tantas veces
así lo desee.
Sin
embargo, en la realidad de las cosas –y no en el artificio mental creado por
una mente sin Dios o, peor, que se erige a sí mismo en Dios-, el mandato de
Jesús, “No cometerás adulterio”, se deriva de una realidad y de un orden de
cosas, que trasciende infinitamente la mente humana.
Cuando
Jesús dice a los esposos: “No cometerás adulterio”, no está dando una mera
regla moral; no es una norma a cumplir por los esposos en un sistema de
comportamiento cristiano; cuando Jesús dice a los esposos “No cometerás
adulterio”, les está diciendo que la unidad y el amor en los que deben convivir
los esposos cristianos –unidad y amor negados por el adulterio-, se derivan de
una unidad y un amor que los trasciende porque se deriva, por participación, de
la unidad y el amor en el que viven eternamente las Tres divinas Personas de la
Santísima Trinidad. Y este es el fundamento de la mayor exigencia de la Nueva Ley,
mayor exigencia que no es arbitraria ni mucho menos: los esposos que se aman y
sobre la base de este amor son fieles, reflejan un “misterio grande” (cfr. Ef 5, 30-32), el misterio del Amor de la
Santísima Trinidad, misterio en el que se funda la alianza nupcial de Cristo
Esposo con la Iglesia Esposa.
Lejos
entonces de ser un mero precepto de una moral particular –en este caso,
la cristiana-, la exigencia de la Nueva Ley de no solo no cometer
adulterio, sino de vivir los esposos en el amor, la unidad y la fidelidad, es porque este
amor esponsal es una participación del Amor de Dios Uno y Trino. En otras palabras, los
esposos que no solo no cometen adulterio, sino que son unidos y fieles entre
sí, participan y reflejan el Amor de Dios Trinidad; los que son infieles y
cometen adulterio, es porque se han apartado del Amor divino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario