miércoles, 23 de febrero de 2011

Si tu ojo es ocasión de pecado, arráncatelo


“Si tu ojo (…) tu mano (…) tu pie (…) es ocasión de escándalo arráncatelo” (cfr. Mc 9, 41-50). Una interpretación material y literal del consejo de Jesús, lejana por lo tanto a la intención divina, llevada a su aplicación práctica y concreta, se traduce en la amputación de la mano al ladrón. Es lo que sucede, por ejemplo, en casos extremos de religiones humanas extremas, no dictadas por Dios, sino inventadas por la mente humana.

No es esta la intención de Jesús, ni es el sentido de sus palabras.

Lo que Jesús nos quiere hacer ver con estos consejos, es la extrema delicadeza de la Ley Nueva de la gracia: si antes, para ser condenado, se debía cometer un homicidio, es decir, se debía llegar al extremo de la eliminación física de alguien, ahora, con la Nueva Ley, mucho más delicada y eminentemente espiritual, la falta, hecha aunque sea espiritualmente –una mirada, por ejemplo, de una página pornográfica-, sin necesariamente tener que quitar la vida física a otro hombre, lleva como castigo una pena que es mucho más dura que la pena de muerte, y es la condenación eterna en el infierno en la otra vida.

Cuando Jesús entonces habla de “arrancarse uno mismo el ojo”, “cortarse uno mismo la mano”, o “cortarse el pie”, no está hablando de una acción realizada sobre el mero cuerpo físico; es decir, no está diciendo que se debe aplicar el hierro o el bisturí sobre la materia orgánica.

Sin embargo, no disminuye la exigencia, porque sus palabras están dirigidas al nivel más profundo del hombre, su alma, su principio vital: está hablando de la negación de los sentidos a los placeres del mundo. De otro modo, es decir, sin la práctica ascética, sin la mortificación de los sentidos, sin la penitencia, sin el ayuno corporal, de nada valdría la amputación de un miembro, o el vaciamiento de la cuenca de un ojo, porque sería una acción puramente material, sin incidencia en el espíritu.

Por el contrario, apuntando al principio vital del cuerpo y de los sentidos, el alma, y exhortando a la penitencia y a la mortificación, se persigue que sea el alma la que, purificada por la penitencia –este sería el equivalente espiritual a la acción material de arrancar un ojo o cortar una mano-, no sólo se cuide de obrar torpemente por medio de los miembros del cuerpo, sino que toda ella, preparado el campo por la ascesis, y santificada por la gracia, alabe, junto con el cuerpo al que ella anima, a su Dios y Creador.

Es este el sentido de las palabras de Jesús, y es esta la plena y vigente actualidad de la penitencia, de la mortificación, del ayuno corporal: purificar el alma, y con el alma el cuerpo con todos sus sentidos, para recibir el don de la gracia divina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario