“Les
conviene que yo me vaya, para que les envíe el Paráclito” (cfr. Jn 16, 5-11). Jesús les anuncia a los
discípulos su partida “a la Casa del Padre”, lo cual provoca en ellos una
profunda tristeza y angustia. Sin embargo, la muerte de Jesús en la cruz es la
condición necesaria para el envío y el advenimiento del Espíritu Santo[1],
pues por la cruz será consumado su sacrificio pascual de muerte y resurrección.
Cuando el Espíritu Santo venga, obrará en los discípulos y en el mundo: en los
discípulos, les testimoniará la divinidad de Jesucristo, les concederá
abundante efusión de gracias, y les concederá un amor espiritual y sobrenatural:
al donarse Él mismo, en Persona, les concederá un amor nuevo con el cual amar a
Jesús, el Amor con el cual el Padre ama al Hijo desde la eternidad, la Persona
Tercera de la Trinidad, Él mismo, el Espíritu Santo.
En
cuanto al mundo, el Espíritu Santo le argüirá de agravio en tres puntos: de
pecado, de justicia y de juicio[2]. De
pecado, porque les hará ver a los judíos que Jesús era el Mesías-Dios y que
ellos cometieron el pecado de incredulidad al rechazar los milagros que
atestiguaban sus palabras[3]. De
justicia, porque el Espíritu Santo atestiguará que Jesús no era un delincuente,
como falsa e inicuamente fue juzgado y condenado, sino que era el Cordero
Inmaculado, que luego de sufrir la muerte en cruz, expiando nuestros pecados,
subió a los cielos y está a la diestra de Dios[4].
Por último, el Espíritu Santo acusará al mundo y lo juzgará por haber hecho un
juicio erróneo, por haberse unido al Príncipe de las tinieblas en su lucha
contra el Hombre-Dios y por haberlo crucificado injustamente; el Espíritu Santo
hará ver claramente que el verdadero juicio es el que condena al Príncipe de
este mundo, Satanás, el “Homicida desde el principio” (Jn 8, 44), el “Príncipe de las tinieblas” (cfr. Jn 12, 31), que ha sucumbido frente a
Cristo y su cruz, ha sido vencido de una vez y para siempre, y ha sido arrojado
fuera del mundo, y una muestra de este triunfo de Cristo en la cruz, es la
destrucción de la idolatría de los paganos y la expulsión de los demonios de
los poseídos (cfr. Hch 8, 7; 16; 18;
19; 12)[5].
“Les
conviene que yo me vaya, para que les envíe el Paráclito”. Así como para los
discípulos y la Iglesia naciente era necesario que Cristo subiera a la cruz,
para enviar al Espíritu Santo, que habría de donarse a sus corazones para que
Jesús fuera amado con el Amor mismo de Dios, así también, para todo cristiano,
es necesaria la participación en la Pasión del Señor y la postración ante Jesús
crucificado y el Jesús Eucarístico para recibir su Sangre y, con su Sangre, el
Espíritu Santo.
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