lunes, 26 de mayo de 2014

“El Paráclito les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio”


“El Paráclito les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio” (Jn 16, 5-11). Los discípulos se entristecen al saber que Jesús ha de partir “a la Casa del Padre”, pero Él les dice que “les conviene” que Él parta, porque es la condición necesaria para el envío del Espíritu Santo[1]. Cuando Él envíe el Espíritu Santo junto al Padre –Él es el Hombre-Dios y Él, en cuanto Hombre y en cuanto Dios espira, junto al Padre, el Espíritu Santo-, el Espíritu Santo acusará al mundo de tres puntos: pecado, justicia y juicio. De pecado, porque el Espíritu dará testimonio de que Jesús era el Mesías y así hará ver a los judíos que cometieron un pecado de incredulidad, y es así como luego, en Pentecostés, se convierten tres mil judíos (Hch 2, 37-41); el Espíritu dará testimonio de justicia, porque hará ver que Jesús no era un delincuente, como injustamente lo acusaron, sino que es Dios Hijo encarnado; y por último, en cuanto al juicio, el Espíritu Santo hará ver que, en la batalla entablada entre Cristo y el Príncipe de las tinieblas, ha sido Cristo Jesús el claro vencedor desde la cruz, aun cuando la cruz aparezca, a los ojos humanos y sin fe, como símbolo de derrota, y la prueba de que la cruz es triunfo divino, es la destrucción de la idolatría y la expulsión de los demonios de los poseídos[2] (Hch 8, 7; 16, 18, 19, 12), allí donde se implanta la cruz.
“El Paráclito les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio”. El Espíritu Santo es el Espíritu de la Verdad; en Él no solo no hay engaño, sino que Él es la Verdad divina y es a Él a quien hay que implorar que nos ilumine, para caminar siempre guiados bajo la luz trinitaria de Dios, porque si no nos ilumina el Espíritu Santo, indefectiblemente, antes o después, somos envueltos por las tinieblas de nuestra razón y por las tinieblas del infierno, y ambas tinieblas nos envuelven en el pecado, en la injusticia, y en el juicio inicuo.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo Tercero, Editorial Herder, Barcelona 1957, 755.
[2] Cfr. ibidem, 756.

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