“El
que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como el que construye sobre
roca, porque ni la lluvia, ni los ríos ni el viento, podrán derrumbarla (…) el
que no las pone por práctica, es como el que construye sobre arena, ve su casa
destruida cuando soplan los vientos y crecen los ríos” (cfr. Mt 7, 21-27). Escuchar las palabras de
Jesús y ponerlas en práctica es como “construir sobre roca”, porque significa
que el alma, movida por la gracia, toma su cruz de cada día y sigue a Jesús por
el camino del Calvario. Así, da muerte al hombre viejo con sus pasiones,
naciendo el hombre nuevo, el hijo de Dios, y cuando arremeten las pasiones, las
tentaciones, las tribulaciones, no pueden derribar al alma, en quien está
Cristo, Roca firme. Poner en práctica las palabras de Cristo significa obrar en
estado de gracia, y como el obrar le sigue al ser, significa que se está en
estado de gracia santificante, esto es, unido a Cristo o, dicho en el lenguaje
de la parábola, cimentado en Cristo. Es esta gracia divina, que fluyendo del Hombre-Dios
se introduce en la raíz más profunda del acto de ser del hombre, la que le
concede al hombre la fortaleza sobrenatural que le permite el resistir “la
lluvia, los ríos y el viento”, es decir, las tentaciones de las pasiones, las
tribulaciones de la vida cotidiana y los asaltos del demonio. Sólo quien está
afianzado en la Roca firme que es Cristo, puede resistir a los embates de estos
enemigos del alma, que la asedian y azotan constantemente, así como una casa es
asediada y azotada constantemente, por el viento y las lluvias, si está
construida a la ribera de un río que, por añadidura, desemboca en el mar. Quien
obra no por voluntad propia, sino porque Cristo se lo ordena, obra movido por
la gracia, y eso significa obrar por impulso divino y porque su alma está
firmemente anclada a la Roca firme del Ser divino trinitario de Jesús, de quien
fluye la gracia como de una fuente inagotable, y es esta gracia la razón de su
fortaleza frente al embate de las pasiones, del mundo y del demonio.
Por el contrario, quien escucha las palabras de Cristo y no
obra según ellas, sino según su propia voluntad, es como quien construye sobre
arena: sus propias fuerzas humanas no podrán, de ninguna manera, resistir,
cuando sea asediado y asaltado por las tentaciones, por las tribulaciones y por
las acechanzas del enemigo de las almas.
“El
que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como el que construye sobre
roca…”. No seamos sordos al Amor que nos habla en Cristo y pongamos por obra
las palabras del Amor crucificado –amar a los enemigos, vivir la pobreza y la
castidad, obrar la misericordia- y cuando arrecien las oscuras fuerzas del mal será
el Amor quien nos fortalezca y nos dé la victoria.
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