(Domingo
I - TA - Ciclo C – 2015 – 2016)
El término “Adviento” viene del latín adventus, que significa venida, llegada; por lo tanto, en el
Adviento, todo hace referencia a la venida o llegada del Mesías, una venida que es doble: la
Primera, oculta, y la Segunda, en la gloria. Es decir, el Adviento es el tiempo
litúrgico en el que la Iglesia, por un lado, celebra la Primera Venida de
Nuestro Señor, en Belén, mientras que, por otro lado, se prepara
espiritualmente para esperar la Segunda Venida del Señor, en la gloria. El
sentido del Adviento es entonces doble: celebrar en la fe la Primera Venida del Mesías "en carne", es decir, en una naturaleza humana, y avivar
en los bautizados la espera de la Segunda Venida del Señor, que es “el Alfa y la Omega, el que era, que
es y que vendrá” (cfr. Ap 1, 8).
Es
por esto que el Adviento se divide en una Primera Parte –comprende desde el
primer domingo al día 16 de diciembre-, que mira ante a la Venida de Jesús al final
de los tiempos y por eso mismo posee un marcado carácter escatológico, apocalíptico;
la Segunda Parte –que comprende desde el 17 de diciembre al 24 de diciembre-,
se orienta más explícitamente a celebrar la Primera Venida de
Jesucristo en la historia, y es la Navidad.
En
Adviento, la Iglesia contempla y celebra la Primera Venida de Jesús “en la
humildad de nuestra carne”, es decir, en el Nacimiento en Belén y para ello se
coloca en un clima espiritual similar al de los justos del Antiguo Testamento,
que esperaban con ansias el cumplimiento de las profecías mesiánicas y el
arribo del Mesías. Debido a este carácter de espera, de expectación, que
implica el Adviento, se toman las lecturas bíblicas del profeta Isaías y los
pasajes del Antiguo Testamento que señalan la llegada del Mesías. Isaías, Juan
Bautista y María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesias ofrece
a los fieles para preparar la venida del Señor Jesús. El mejor modo de
participar del Adviento es “introducirnos” espiritualmente en las escenas
evangélicas, junto a Isaías, Juan Bautista y la Virgen para unirnos a ellos en
la fe en la espera del Señor.
Al
mismo tiempo, Adviento es el tiempo en el que la Iglesia se prepara para la
Segunda Venida de Jesús, al final de los tiempos, “en la majestad de su gloria”,
como Señor y como Juez de las naciones. Es decir, Adviento es el tiempo
espiritual para prepararnos, como Iglesia, para la Segunda Venida del Señor, lo
que significa prepararnos para ser juzgados “en el Amor” por Jesucristo, Sumo y
Eterno Juez: “En el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el Amor”, como dice San Juan de la Cruz. Que
el Adviento tenga este significado de preparación para la Segunda Venida de
Jesús, es lo que explica el hecho de que la Iglesia nos presente para la meditación
y reflexión el Evangelio de Mateo en el que Jesús habla acerca no de su Primera sino de su Segunda
Venida: “Habrá señales en el cielo (...) verán al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria…”. En la Segunda Venida, la situación será como en tiempos de Noé, quien era el único justo en medio de la perversión generalizada de la humanidad, perversión que fue la que
llevó a Dios a enviar el Castigo por medio del Diluvio Universal. De la misma
manera, antes de la Segunda Venida de Nuestro Señor, también la humanidad habrá
caído en aberrantes perversiones –con la difusión universal de leyes contrarias
a la naturaleza, no hay lugar en la tierra, en la actualidad, en donde no se
practiquen tanto el ateísmo como el libertinaje moral y el neo-paganismo, lo
cual nos hace ver que nos encontramos en tiempos peores a los inmediatamente
anteriores tanto al Diluvio Universal como a la lluvia de fuego que arrasó con las
ciudades de Sodoma y Gomorra-, y sólo un pequeño número se mantendrá fiel a su
Amor, expresado en los Mandamientos y en las Bienaventuranzas; y de la misma
manera a como en tiempos de Noé se salvó un pequeño número de hombres gracias
al Arca, así también, al final de los tiempos, sólo se salvará un pequeño
número de creyentes, que se hayan refugiado en el Arca de los Últimos Tiempos,
el Inmaculado Corazón de María (es por esto que la Consagración a la Virgen,
según el método de San Luis María Grignon de Montfort, es un modo óptimo de
participar litúrgicamente del Adviento). Es para esta Segunda Venida para la cual nos prepara la Iglesia en la primera parte del Adviento.
En
las oraciones de la Liturgia de las Horas, se puede ver también cómo el Adviento
sea un tiempo litúrgico en el que el alma debe prepararse para el encuentro
cara a cara con Jesús, en la eternidad: “Señor, despierta en tus fieles el deseo
de prepararse a la venida de Cristo por la práctica de las buenas obras, para
que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino celestial”[1]. Es
decir, dentro de la gracia propia del Adviento está el desear prepararnos para
la Venida de Cristo, para su Segunda Venida, así como también la gracia propia
del Adviento es la de celebrar, en la fe, la Primera Venida del Señor, como un
Niño humano.
Sin
embargo, podemos decir que en Adviento hay una tercera venida o llegada, una
venida o llegada intermedia, podríamos decir así, entre la Primera y la
Segunda, y es la Venida o Llegada Eucarística del Mesías, acaecida en la Santa Misa. Es decir,
al mismo tiempo que la Iglesia celebra la Primera Venida y se prepara para la
Segunda Venida, mientras tanto, la Iglesia adora a su Señor en su Venida
Eucarística, en la que se combinan aspectos de ambas Venidas, la Primera y la
Segunda: en la Eucaristía está contenida la alegría de la Primera Venida,
porque Jesús Eucaristía es el mismo Jesús que vino en la Historia, en Belén, y
que ya atravesó su misterio pascual de muerte y resurrección y prolonga su
Encarnación en la Eucaristía; en la Eucaristía está también contenida la espera
de la Segunda Venida, porque Jesús Eucaristía es el mismo Jesús que ha de
venir, “revestido de poder y de gloria, en una nube al fin de los tiempos” (cfr. Lc 21, 27), para juzgar a vivos y
muertos. Cada Eucaristía es, por lo tanto, un Adviento maravilloso, en el que
se entrelazan el Primer Adviento, porque se prolonga la Encarnación, la Venida en
la humildad de la naturaleza humana y el Segundo, porque se contiene su
Presencia glorificada y resucitada, propio de su Venida en la gloria divina.
Por último, la Iglesia se caracteriza en Adviento por sus
obras de misericordia –corporales y espirituales- y esto como muestra de la fe
que la Iglesia profesa en su Señor, que ya vino en Belén y al que espera
glorioso al fin de los tiempos, mientras lo recibe, en la humildad de la
apariencia de pan, oculto a los ojos del cuerpo pero Presente a los ojos de la
fe, con su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía. Es decir, las obras
de misericordia, las obras de amor, propias del Adviento y realizadas por la Iglesia, expresan de modo
visible y tangible aquello que la Iglesia recibió en la Primera Venida, y que
es lo que recibe en la Venida Eucarística, y que es también lo que recibirá en
la Segunda Venida: el Amor de Dios.
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