“Han
convertido la Casa de Dios en cueva de ladrones” (Lc 19, 45-48). Al llegar al Templo, Jesús se encuentra con una
escena que desencadena su ira: el Templo ha sido ocupado por mercaderes y
cambistas y ha sido convertido en un lugar en un todo similar a un mercado de
compra-venta de mercaderías. Llevado por su ira, Jesús fabrica un látigo de
cuerdas y expulsa a mercaderes y cambistas. En este episodio, hay diversos
elementos a considerar. Un primer elemento es la ira de Jesús, ira que de modo
alguno es un pecado, puesto que Jesús, siendo Dios, no puede pecar; por otra
parte, se trata de una ira justa, porque la ira de Jesús es la Ira de Dios, que
se desencadena cuando Dios ve que los hombres han cometido el sacrilegio de
convertir su Casa, el Templo, en una “cueva de ladrones”. En otras palabras, la
ira de Jesús se desencadena cuando advierte la insensatez de los hombres, que
han pervertido el fin original del Templo, que es la oración y la adoración al
Dios Único, en un mercado en el que se compra y vende todo tipo de mercancías. Otro
elemento a considerar es la simbología contenida en la escena: el Templo es la
Casa de Dios y como tal, es lugar de oración y adoración, pero en este caso, se
trata de un templo profanado, porque se ha desviado y pervertido su función
original, para reemplazarla por una actividad, la compra-venta de mercancías, que
nada tiene que ver con su función original; además, el templo es imagen del
alma del cristiano que, por el bautismo sacramental, se convierte en templo del
Espíritu Santo: en este caso, se trata de un templo profanado, es decir, es el
cuerpo y el alma del cristiano en estado de pecado, sin la gracia santificante.
Otro elemento simbólico son los animales: con su irracionalidad y con el hedor
propio de su ser de bestias, representan a las pasiones del hombre que, sin el
control de la gracia santificante y por lo tanto sin el control de la razón,
esclavizan al hombre induciéndolo al pecado. Otro elemento simbólico son los
cambistas, sentados en sus mesas con monedas de oro y plata: representan al
hombre que, habiendo desplazado a Dios de su corazón, ha entronizado al dinero
y lo ha convertido en un ídolo, ante el cual se postra y por el cual es capaz
de hacer cualquier cosa, literalmente. Por último, la acción de Jesús, de
expulsar a los mercaderes y a los cambistas del templo, representa la acción de
la gracia santificante que, con el poder divino, expulsa al pecado del alma y
devuelve a Dios Uno y Trino aquello que le pertenece: el corazón, el cuerpo y
el alma del bautizado.
“Han
convertido la Casa de Dios en cueva de ladrones”. La Justa Ira de Jesús no se
detiene en el episodio del Evangelio; es actual y válida para todo tiempo; por
esto mismo, seamos precavidos y tengamos mucho cuidado en no convertir el
templo del Espíritu Santo, nuestro corazón, nuestro cuerpo y nuestra alma, en
refugio de demonios y por el contrario, que por la gracia santificante
conservemos siempre la majestuosa dignidad de ser templos del Espíritu Santo y
sagrarios vivientes de Jesús Eucaristía.
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