Si el Viernes Santo la Iglesia estaba sumida en la tristeza, el dolor, el llanto y la amargura, al contemplar a su rey muerto en la Cruz, con su Cuerpo cubierto de sangre, de heridas abiertas, de tierra, de barro, de golpes, de latigazos, ahora, el Domingo de Resurrección, la Iglesia exulta de alegría porque su rey ha triunfado sobre la muerte, resucitando con la vida y la gloria del Ser divino. La Iglesia canta de alegría al comprobar que la fuerza vital del Ser divino es infinitamente superior a la fuerza de la muerte, la cual queda destruida y reducida a la nada con la resurrección de Jesús. La Iglesia se alegra, el Domingo de Resurrección, por la resurrección de Cristo, que es el triunfo de la Vida divina sobre la muerte. La Iglesia exulta porque al final de los tiempos, no vencerán los que propician el aborto, la eutanasia, la eugenesia, y todo tipo de delitos que atentan contra la vida humana. La iglesia se alegra porque la muerte, producto y consecuencia del pecado original, ha sido vencida para siempre por la gracia divina, que brota del Corazón de Jesús resucitado como de su fuente.
Si el Viernes Santo la Iglesia contemplaba, atónita, sin palabras, el pavoroso espectáculo que significa ver al Hombre-Dios muerto en la Cruz, vencido en apariencia por las fuerzas del infierno aliadas con la malicia de los hombres, el Domingo de Resurrección, en cambio, exulta de gozo, al contemplar a Jesús resucitado, Invicto Vencedor del Demonio y de todo el infierno, y también de la malicia del corazón humano. La Iglesia celebra con gozo interminable el triunfo de la Bondad del Ser divino, que triunfa sobre el mal, producido y creado en el corazón del ángel negro y en el corazón del hombre caído en el pecado original. La Iglesia se alegra, con alegría celestial, al comprobar que la maldad angélica y la maldad humanas, unidas, son igual a nada frente a la poderosísima fuerza de la Bondad divina. La Iglesia se alegra, con alegría incontenible, porque en el Domingo de Resurrección el mal fue vencido para siempre por la fuerza incontenible de Dios Trino, infinitamente bueno y amable. La Iglesia se alegra el Domingo de Resurrección porque al final de los tiempos serán derrotados para siempre todos aquellos que rinden culto al demonio, invocándolo por medio de la música, la hechicería, la brujería.
Si el Viernes Santo la Iglesia contempla, absorta, el Cuerpo muerto de Jesús, crucificado como consecuencia de la visión mundana del hombre, que lo lleva a negar la condición divina de Jesús, visión mundana que no se contenta con rechazarlo, sino que busca y consigue matarlo en la Cruz, el Domingo de Resurrección la Iglesia canta de alegría al comprobar que Cristo ha resucitado y que por lo tanto toda existencia humana está destinada no a esta vida mundana, terrena, caduca, superficial y efímera, sino a la vida eterna, a la feliz eternidad en la contemplación de Dios Uno y Trino. La Iglesia se alegra el Domingo de Resurrección porque el mundo, la vida mundana, que niega toda trascendencia, que condena al hombre a vivir una existencia sin esperanzas, y por lo tanto lo conduce a la desesperación, esa vida mundana, y ese mundo sin futuro, terminarán para siempre, y serán derrotados al fin de los tiempos, para dar inicio a la vida eterna en Dios, gracias a la Resurrección de Jesús.
La Iglesia se alegra en el Domingo de Resurrección porque los tres enemigos del hombre, la muerte, el demonio, y el mundo, han sido vencidos para siempre en la Cruz, y a partir de Jesús y su resurrección, una nueva fuerza, la fuerza del Amor del Ser divino, es la que conducirá a toda la humanidad a un nuevo destino, insospechado antes, el destino de feliz eternidad.
Finalmente, la Iglesia se alegra con alegría angélica el Domingo de Resurrección, porque su rey, Cristo, con el mismo Cuerpo glorioso, lleno de la luz y de la gloria del Ser divino de Dios Trino, con el que resucitó en el sepulcro, reina, majestuoso, en la Eucaristía.
Que nuestros corazones, que son muchas veces duros, fríos y oscuros como el sepulcro de José de Arimatea, en donde reposó el Cuerpo muerto de Jesús, sean como otros tantos sepulcros, esta vez de carne, que alojen al Cuerpo resucitado de Jesús Eucaristía, para inundados con su Luz celestial, con su Vida divina, con su Amor eterno, un Amor más fuerte que la muerte.
Porque me amas, así como soy. Te alavo y te bendigo Señor. Y me lo has demostrado con Tú Resurresión. Aleluya, Aleluya, Aleluya. Aurora.
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