“Cuando
ores, des limosna o ayunes, que solo lo sepa tu Padre que ve en lo secreto, y
Él te recompensará” (Mt 6, 1-6. 16-18). A diferencia de los fariseos, que practicaban
la religión para ser vistos y alabados por los hombres, sin importarles en
realidad la verdadera esencia de la religión, esto es, la caridad, la compasión
hacia el prójimo, y la piedad y el amor sobrenatural hacia Dios, Jesús pone en
claro, para sus seguidores, los cristianos, en qué consiste la verdadera
religión y el verdadero acto religioso que agrada a Dios, el cual tiene una
doble vertiente: hacia Dios y hacia los hombres: hacia los hombres, la limosna,
la cual puede ser material, de modo preeminente, aunque también puede ser de
orden moral o espiritual –si se trata de un consejo, o de dar tiempo, por
ejemplo-; hacia Dios, el acto religioso consiste en la oración y en el ayuno;
la oración, en sus diversas formas –vocal, mental, del corazón, etc.-, y el
ayuno, que es la forma de orar con el cuerpo, privándolo de lo necesario. En todos
los casos, lo que distingue a la religión de Cristo, es decir, a la religión
cristiana, de la religión practicada por los fariseos, es la interioridad, es
decir, que si bien hay actos que deben ser hechos exteriormente –como la ayuda
al prójimo, o como la oración vocal, por ejemplo-, todo debe ser remitido, en
la intención, a Dios Padre, en el cenáculo interior del corazón, y debe ser
realizado para Él y para que sólo Él lo vea y sólo Él sea glorificado, sin
importar la opinión de los hombres. El hecho de que los hombres vean o no el
acto religioso –la limosna, la oración, el ayuno-, por un lado, es accidental;
por otro lado, debe ser evitado, en lo posible, es decir, si no lo ven, mucho
mejor, pero si no es posible, si no se puede hacer el acto religioso sin que
los demás lo vean, no debe importar la opinión de los hombres, porque el acto
religioso, en su doble vertiente –hacia Dios, la piedad, y hacia los hombres,
la compasión-, está dirigido hacia Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu
Santo, en el altar secreto e interior, que es el corazón, y por lo tanto, poco
y nada –más bien, nada- importa la opinión de los hombres.
Al
revés de los fariseos, que hacían consistir la religión y el acto religioso en
lo meramente exterior, para ser alabados por los hombres, sin importarles ni la
piedad hacia Dios ni la compasión hacia los hombres, porque solo buscaban su
propia vanagloria, el cristiano busca la gloria de Dios y por lo tanto evita la
alabanza de los hombres, para lo cual, y es por eso que la religión y el acto
religioso son ante todo interiores, puesto que comienzan en altar del corazón,
que es donde se elevan las plegarias de amor, de adoración y de alabanzas al
Padre, por el Hijo, en el Amor del Espíritu Santo, y se completa luego este
acto de religión con la limosna dirigida a su prójimo, que es la imagen
viviente de ese Dios Trino al cual ha amado y adorado en su interior. A esto se
refiere Jesús cuando dice: “Cuando ores, des limosna o ayunes, que solo lo sepa
tu Padre que ve en lo secreto, y Él te recompensará”. Y la recompensa es el
crecimiento, cada vez más, en el Amor a Dios Uno y Trino.
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