“Cuando des limosna, cuando hagas ayuno, cuando reces, que sólo te vea tu Padre” (cfr. Mt 6, 1-6. 16-18). Jesús propone una práctica religiosa opuesta diametralmente a la práctica farisea: mientras a estos les gusta ser mirados y admirados en sus obras de religión, el cristiano debe pasar oculto, sin que nadie se de cuenta.
No se debe solo al hecho de que se debe evitar la fanfarronería y el orgullo, sino ante todo que el cristiano debe imitar la humildad de Cristo, quien no hacía ostentación ni de su condición de Dios, ni de sus poderes como Hombre-Dios.
Además, el hecho de que el cristiano debe hacer limosna, ayunar y hacer oración sin ostentación y sin buscar la admiración de los hombres, se debe a que
La gracia divina, donada por Jesucristo a través de su misterio pascual, actúa en la raíz del ser del hombre, comunicándose al cuerpo y al alma, y por esto mismo, su actuación es interior, y pasa desapercibida y en silencio, transformando cada vez más al alma a imagen y semejanza de Jesucristo.
No quiere decir que el cristiano no deba actuar públicamente; lo que quiere decirnos Jesucristo es que el cristiano debe estar más atento a su vida interior y al origen de esa vida interior, que es Dios Padre, Fuente Increada de la gracia que se dona a través de Jesucristo.
“Cuando des limosna, cuando hagas ayuno, cuando reces, que sólo te vea tu Padre”. En la cruz, y en el altar, Jesús hace una obra de caridad más grande que dar limosna, y es ofrendar su Cuerpo y su Sangre por la salvación de los hombres; hace ayuno, porque desde que fue detenido, hasta su muerte el Viernes Santo, no come nada, para poder darse Él como alimento de vida eterna; reza al Padre, pidiendo el perdón para todos y cada uno de nosotros, y todo esto que Jesús hace, lo hace en silencio, y es visto solo por Dios Padre.
Así como Cristo obra la caridad, hace ayuno, y reza en la cruz y en el altar, así tiene que hacer el cristiano.
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