“Da
limosna, ora y ayuna, para que te vea Dios Padre y no para que te vean los hombres”
(cfr. Mt 6, 1-6. 16-18). La Ley Nueva
de Jesús es una ley que obra en el espíritu del hombre, porque es el Espíritu
de Dios quien ilumina lo más profundo del ser del hombre, y como esta luz es
una luz viva y que comunica vida, porque es Dios que es luz, al iluminarlo, le
comunica la vida divina, de manera que el hombre, participando de la vida
divina, sea capaz de obrar al modo divino y no al modo humano. En otras
palabras, debido a que Dios es Espíritu Puro, al comunicarle de su propia vida,
le comunica de su modo de ser y obrar, que es espiritual, y es así como el
hombre puede comenzar a ser, a vivir y a obrar según el Espíritu de Dios y no
según la carne, es decir, según el modo humano.
Una
misma acción –dar limosna, orar, ayunar- puede ser hecha de dos maneras
distintas: según la carne –esto es, según el hombre en su condición actual, en
su estado de naturaleza caída a causa del pecado original- o según el Espíritu
de Dios, es decir, según el hombre en estado de gracia santificante. Dar limosna,
orar y ayunar según la carne, según el hombre caído, es hacerlo de modo
ostentoso, puramente exterior, buscando pura y exclusivamente la alabanza de
los hombres y no la gloria de Dios; es esto lo que Jesús denuncia como “hipocresía”,
puesto que el hipócrita es el falso, y aquí la falsedad radica en buscar, por
medio de estas acciones, que en sí mismas son buenas, la gloria y alabanza de
los hombres.
Jesús
viene para corregir este error, y para eso nos concede su Espíritu, para que a
partir de Él, dar limosna, orar y ayunar, sean hechas en el Espíritu Santo, es
decir, en el Amor de Dios, buscando su gloria y su alabanza y no la del mundo y
la de los hombres.
Dar
limosna, orar y ayunar, según el Espíritu, es hacerlo para ser vistos por Dios
Padre, que ve en lo secreto, en lo más profundo del corazón, y no para ser
vistos por los hombres, que solo ven la apariencia, lo superficial.
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