(Domingo
II - TA - Ciclo C – 2013-14)
“…preparen los caminos, allanen los senderos” (Mt 3, 1-12). Juan el Bautista, el
profeta que señala el fin del Antiguo Testamento y el comienzo del Nuevo,
anuncia la próxima llegada del Mesías, que vendrá después de él y bautizará “en
el Espíritu Santo y en el fuego” y como requisito previo a la llegada del Mesías,
utiliza la imagen de “caminos preparados” y de “senderos allanados”. Esta es
propiamente la tarea que como cristianos debemos hacer en Adviento, pero para entender
qué es lo que quiere decir Juan el Bautista cuando dice que debemos “preparar
los caminos y allanar los senderos”, tenemos que saber primero qué entendemos
por “Adviento”.
Ante
todo, “Adviento” –que significa “venida”, pero es también la traducción del
griego “parusía”- tiene una primera acepción en sentido lato, en el sentido de
que no está circunscripto a un tiempo litúrgico determinado, sino que se
extiende a toda la vida del cristiano: en este sentido, Adviento es la espera
de la Segunda Venida de Jesús, al final de los tiempos: en ese momento, hará
juicio a las naciones apóstatas, derrotará al Anticristo y encadenará al
demonio, hará desaparecer este mundo, dará comienzo a los “cielos nuevo y
tierra nueva”, reinará por mil años, luego de lo cual vendrá el Juicio Final. Tomado
en esta acepción todo tiempo del año es, para el cristiano, Adviento, porque habiendo
sucedido ya su Primera Venida en la humildad de nuestra carne, esperamos su
Segunda Venida en la gloria de la resurrección.
Otra acepción de “Adviento” es en sentido estricto y aquí sí
es un período determinado de tiempo, aunque no es un mero suceder lineal de los
días, tal como sucede en el tiempo terreno. “Adviento”, en cuanto tiempo
litúrgico, es el tiempo por el cual la Iglesia nos introduce en el misterio
pascual de Cristo en la particularidad de su Encarnación y Nacimiento, su
Primera Venida. Por la liturgia, la Iglesia me “conecta” con el misterio
pascual de Cristo y me permite que yo alcance los frutos, que son la redención
y la salvación; en Adviento, la Iglesia me une con Cristo y su misterio de
salvación en la particularidad de su Primera Venida. El Adviento antes de
Navidad es el tiempo litúrgico por el cual, mediante la liturgia, la Iglesia me
une a Cristo en el misterio de su Primera Venida, para que yo alcance de Él los
frutos de la salvación. La liturgia, en este sentido, es fuente de vida en
sentido literal, porque si no hubiera liturgia de la Iglesia Católica, las
almas no alcanzarían el fruto de la Redención de Cristo, la gracia divina
obtenida al precio de su sacrificio en Cruz. Este es el Adviento que vivimos
como tiempo litúrgico antes de la Navidad.
Pero hay aun otra acepción de Adviento, hay otro Adviento,
intermedio, y es el que se vive en cada Santa Misa: al inicio, esperamos que
llegue, y llega en la consagración y viene a nosotros en la comunión
eucarística. En la Santa Misa también vivimos un tiempo de Adviento, porque
esperamos a “Cristo que viene” en la Eucaristía.
Para estos tres Advientos –la participación por el misterio
de la liturgia de su Primera Venida por el tiempo de Adviento; la espera de su
Venida Intermedia en la Eucaristía por medio de la liturgia eucarística; la
espera gozosa de la Parusía, es decir, de la Segunda Venida al final de los
tiempos- es que debemos “preparar los caminos y allanar los senderos”, tal como
lo dice Juan el Bautista.
Habiendo
visto qué es lo que entendemos por Adviento, podemos entonces tratar de
dilucidar la tarea propia del Adviento –tarea válida para los tres Advientos-,
según San Juan Bautista, esto es, el “preparar los caminos y allanar los
senderos”.
¿De
qué se trata? Obviamente, no significa la tarea entendida literalmente, puesto
que se trata de una figura que representa a los obstáculos que se interponen
entre nosotros y el Mesías que viene.
De
lo que se trata es de abatir las montañas de nuestra soberbia de vida, nuestra
concupiscencia de la carne, porque todo esto nos separa de Cristo y nos impide
recibirlo en su Llegada. La soberbia, pecado del cual nacen absolutamente todos
los demás pecados –recordemos que la soberbia fue el pecado capital del diablo
en el cielo, y la soberbia fue el pecado capital de Adán y Eva en el Paraíso, porque
quisieron “ser como Dios” sin serlo-, y levanta entre el alma y Dios que viene
como Niño, un muro infranqueable, una enorme y gigantesca montaña que dificulta
hasta hacer imposible la unión entre Dios y el hombre.
“…preparen los caminos, allanen los senderos”. Para Adviento,
el tiempo litúrgico que nos acerca a Navidad, San Juan Bautista nos llama a la
conversión del corazón, a dejar de mirar las cosas de la tierra, para mirar al
Portal de Belén, en donde nacerá, para Navidad, Dios hecho Niño sin dejar de
ser Dios.
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