jueves, 26 de abril de 2018

“Sus padres en el desierto comieron el maná y murieron”



“Sus padres en el desierto comieron el maná y murieron” (Jn 6, 44-51). Jesús deja bien en claro el error de suposición en el que estaba el Pueblo Elegido: ellos pensaban que, en el exilio por el desierto, habían comido el pan celestial, al recibir el maná enviado por Yahvéh. Pero Jesús les aclara que no es así: ése no era el verdadero maná, porque ellos “comieron el maná y murieron”. El verdadero maná bajado del cielo, dado por el Padre, da la vida eterna, esto es, la vida divina absolutamente sobrenatural de Dios, que brota del Acto de Ser divino trinitario como de su fuente inagotable. Quien come de este Pan, dice Jesús, aunque muera, vivirá, porque el que coma de este pan incorporará a sí a Dios Hijo en Persona, y Dios “es su misma eternidad”, como dice Santo Tomás de Aquino.  
“Sus padres en el desierto comieron el maná y murieron”. Los hebreos comieron el maná, un pan bajado del cielo, pero murieron, porque no era el verdadero maná, sino una figura del que habría de venir, Jesús en la Eucaristía. La Eucaristía es el Verdadero Maná bajado del Cielo, dado por Dios Padre al Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica. La Eucaristía contiene al Acto de Ser divino trinitario, del cual brota la Vida divina trinitaria la cual es incoada en esta vida a quien comulga la Eucaristía con fe y con amor. Ésa es la razón por la cual quien se alimenta de la Eucaristía, muere a esta vida terrena, pero en el mismo momento, la vida divina contenida en él por haberse alimentado del Pan bajado del cielo, se despliega en su plenitud y así su vida mortal se convierte en vida divina, en participación a la vida divina trinitaria. El que se alimenta de la Eucaristía en el desierto de la vida, al morir terrenalmente, comienza a vivir con la Vida divina de la Trinidad y por eso no muerte una segunda muerte, sino que comienza a vivir para siempre, en el Amor de Dios. Para siempre.

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