“Sus
padres en el desierto comieron el maná y murieron” (Jn 6, 44-51). Jesús deja bien en claro el error de suposición en el
que estaba el Pueblo Elegido: ellos pensaban que, en el exilio por el desierto,
habían comido el pan celestial, al recibir el maná enviado por Yahvéh. Pero Jesús
les aclara que no es así: ése no era el verdadero maná, porque ellos “comieron
el maná y murieron”. El verdadero maná bajado del cielo, dado por el Padre, da
la vida eterna, esto es, la vida divina absolutamente sobrenatural de Dios, que
brota del Acto de Ser divino trinitario como de su fuente inagotable. Quien come
de este Pan, dice Jesús, aunque muera, vivirá, porque el que coma de este pan
incorporará a sí a Dios Hijo en Persona, y Dios “es su misma eternidad”, como
dice Santo Tomás de Aquino.
“Sus
padres en el desierto comieron el maná y murieron”. Los hebreos comieron el
maná, un pan bajado del cielo, pero murieron, porque no era el verdadero maná,
sino una figura del que habría de venir, Jesús en la Eucaristía. La Eucaristía es el Verdadero Maná bajado del Cielo, dado por Dios Padre al Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica. La Eucaristía
contiene al Acto de Ser divino trinitario, del cual brota la Vida divina
trinitaria la cual es incoada en esta vida a quien comulga la Eucaristía con fe
y con amor. Ésa es la razón por la cual quien se alimenta de la Eucaristía,
muere a esta vida terrena, pero en el mismo momento, la vida divina contenida
en él por haberse alimentado del Pan bajado del cielo, se despliega en su
plenitud y así su vida mortal se convierte en vida divina, en participación a
la vida divina trinitaria. El que se alimenta de la Eucaristía en el desierto
de la vida, al morir terrenalmente, comienza a vivir con la Vida divina de la
Trinidad y por eso no muerte una segunda muerte, sino que comienza a vivir para
siempre, en el Amor de Dios. Para siempre.
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