The Jews gathering the Manna in the desert
(Nicolás Poussin)
“Es
mi Padre quien os da el verdadero Pan del cielo” (Jn 6, 30-35). Los judíos le preguntan a Jesús “qué signos hace”
para que “crean en Él”. Ponen a Moisés como ejemplo, quien les dio el signo del
maná, el pan bajado del cielo en el desierto: era un signo milagroso y por eso
los judíos creyeron en Él. Pero Jesús les hace ver que no es Moisés quien les
da el “verdadero pan bajado del cielo”, sino “su Padre”, que es Dios, porque
será Él quien les dará un Pan super-substancial que hará que todo aquel que
coma de ese Pan, no tenga más hambre, y no tenga más sed. A diferencia del pan
dado por Moisés, que era un pan terreno, para saciar el hambre corporal y que
no concedía la Vida eterna, porque quienes lo comieron luego murieron, este
Pan, dado por el Padre de Jesús, será un Pan celestial, un Pan vivo, que bajará
del cielo y que saciará no tanto el hambre corporal, sino el hambre espiritual
de Amor de Dios que toda alma humana posee desde que es concebida, y dará
además la Vida eterna a quien lo consuma, de manera tal que quien coma de este
Pan, no volverá a sentir ni “hambre ni sed”, no corporales, sino espirituales, porque
será extra-colmado su apetito de Amor de Dios.
Cuando
los judíos comprenden el mensaje y entienden que no era el maná de Moisés el
verdadero pan bajado del cielo, le piden a Jesús que les dé de este pan: “Señor,
danos de este pan”. Y es entonces cuando Jesús se auto-revela como el Pan Vivo
bajado del cielo, que concede a quien lo consume, la Vida eterna y el Amor de
Dios, que sacia para siempre la sed y el amor de Dios del alma humana: “Yo Soy
el Pan de Vida. El que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí jamás
tendrá sed”.
Nosotros
no peregrinamos por un desierto terreno, como el pueblo judío guiado por
Moisés, hacia la Jerusalén terrena; peregrinamos por el desierto de la vida y
del tiempo, hacia la Jerusalén celestial, que se encuentra en la eternidad;
pero al igual que el pueblo judío, desfallecemos de hambre en el camino y de la
misma manera a como el pueblo judío no fue abandonado por el amor de Dios,
porque les concedió el maná, el pan bajado del cielo, para que pudieran llegar
sanos y salvos a la Tierra Prometida, a nosotros nos concede el Verdadero Maná,
el Verdadero Pan bajado del cielo, Jesús en la Eucaristía, que nos dona su Vida
Eterna y todo el Amor infinito de su Sagrado Corazón Eucarístico, para que
alimentándonos de este manjar celestial, seamos capaces de atravesar el
desierto de la vida y llegar a la Patria celestial, la Jerusalén del cielo.
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