jueves, 4 de abril de 2019

“Las obras que hago dan testimonio de Mí”



“Las obras que hago dan testimonio de Mí” (Jn 5, 31-47). El nudo de la cuestión en el enfrentamiento entre fariseos y escribas y Jesús y el hecho por el cual lo acusarán de blasfemo, lo condenarán a muerte y lo crucificarán, es la auto-revelación que Jesús hace de sí mismo: Él se auto-revela no solo como Hijo de Dios, sino como Dios Hijo, es decir, se revela como la Segunda Persona de la Trinidad. Para los judíos, esto constituye una herejía y una blasfemia y es causa de juicio y pena de muerte. En efecto, el Evangelio atestigua el deseo de los judíos de matar a Jesús por el haberse auto-revelado como Dios Hijo, en igualdad de condiciones –poder y majestad- con Dios Padre: “los judíos querían matarlo porque no solo violaba el sábado, sino porque se hacía Dios como Dios Padre”.
En su posición frente a su auto-revelación, para afirmar que lo que dice es verdad, Jesús les dice que, si no le creen a Él, al menos crean a sus obras, a sus milagros, porque estas obras, estos milagros, dan testimonio de Él en cuanto Hijo de Dios: “Las obras que hago dan testimonio de Mí”. Las “obras” que Jesús hace dan testimonio de su divinidad. En efecto, si alguien se presenta como Dios y hace obras que sólo Dios puede hacer, entonces esto significa que es el Dios que dice ser. Por el contrario, si alguien se presenta como Dios, pero no hace las obras que Dios hace, entonces no es Dios. Jesús se presenta como Dios Hijo y hace obras que sólo Dios puede hacer con su omnipotencia, como multiplicar panes y peces, resucitar muertos, curar milagrosamente, expulsar demonios con el solo poder de su voz.
“Las obras que hago dan testimonio de Mí”. Si alguien, después de ver a Jesús hacer obras que sólo Dios puede hacer, niega que Jesús es Dios, es porque está negando la gracia que lo ilumina para que pueda aceptar este hecho: que este hombre que dice ser Dios es, en realidad, Dios en Persona. Los fariseos y los escribas niegan voluntariamente los milagros que hace Jesús, lo cual significa que niegan la gracia voluntariamente, la gracia que podría iluminarlos y convertirlos y por lo tanto, esta negación es un indicio de que voluntariamente permanecen en su ceguera, ceguera que los lleva a crucificar al Hijo de Dios. Los judíos no creen en las obras de Jesús y eso los lleva al extremo de no creer en la divinidad de Jesús; los lleva a no creer que Jesús es el Hijo Único de Dios.
En nuestros días sucede algo análogo con la Iglesia Católica: la Iglesia Católica se presenta como la Única Iglesia del Dios Verdadero y como muestra de que lo que dice es verdad, ofrece un milagro que sólo la Iglesia del Dios Verdadero puede hacer y es el milagro de la transubstanciación, esto es, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. De la misma manera, tal como le sucedió a Jesús, a quien no le reconocieron sus obras, también lo mismo sucede con la Iglesia Católica: no reconocen que es la única que puede convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios. Esta negación conduce al error de pensar que todas las iglesias son iguales, así como los fariseos pensaban que Jesús no era Dios sino un hombre como todos los demás.
Parafraseando a Jesús, la Iglesia nos dice: “La obra que hago, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, dan testimonio de mi condición de Única Esposa del Cordero”. En otras palabras, la Eucaristía es el testimonio directo de que la Iglesia Católica es la Única Iglesia del Dios Vivo y Verdadero.

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