miércoles, 15 de diciembre de 2010

Cristo Eucaristía es el Mesías que viene en el sacramento del altar


“¿Eres tú el que ha de venir?” (cfr. Mt 11, 2-11). Juan el Bautista manda a sus discípulos a que pregunten a Jesús si Él es el Mesías que ha de venir. No significa esto que Juan no supiera o siquiera dudara acerca de la identidad de Jesús, ya que desde el vientre materno sabía que Jesús era el Mesías –salta de alegría ante la Presencia de Jesús en el seno de María- y luego, ya adulto, lo anuncia como “el Cordero de Dios”.

No es entonces que Juan el Bautista no supiera quién era Jesús, sino que se trata de una pregunta retórica, hecha para dar pie a la auto-revelación de Jesús como el Mesías anunciado por los profetas.

De esta manera, el Bautista realiza su misión, que es la de anunciar la Presencia del Hombre-Dios en medio de los hombres; el Bautista anuncia que Jesús es el Mesías que ha de bautizar no con agua, sino con el Espíritu Santo, el cual no sólo quitará los pecados del mundo, sino que donará la filiación divina a los hombres, convirtiéndolos de creaturas en hijos de Dios.

Al hacer la pregunta: “Eres Tú el que ha de venir?”, el Bautista da lugar a la auto-revelación del Hijo de Dios, que se manifiesta como tal públicamente. Ésa es la misión principal del Bautista: anunciar que ha llegado la salvación en la Persona de Jesús, anunciar que Jesús no es un profeta, ni un hombre santo, ni el más santo entre los santos, ni el más sabio entre los sabios, sino que, como Hijo de Dios encarnado, es el Dador del Espíritu junto al Padre, Espíritu que convertirá a los hombres en hijos adoptivos de Dios.

Las palabras del Bautista son entonces como la estrella de la aurora, que señala la llegada del sol, del nuevo día, y el fin de las tinieblas de la noche, porque las palabras del Bautista anuncian que ha finalizado la espera, que el Salvador de la humanidad, el Redentor, el Hombre-Dios, ya está en medio nuestro.

La pregunta retórica del Bautista: “¿Eres Tú el que ha de venir?” abre el camino para la revelación de Cristo como Hijo de Dios encarnado, que ha venido a este mundo para salvar a los hombres y convertirlos en hijos de Dios; que ha venido para iluminar las tinieblas de los hombres con la luz divina que surge de Dios Trino como de su fuente; que ha venido para convertir el sinsentido de la historia humana sin Dios, en una historia y en un tiempo que convergen en la eternidad de la Trinidad.

Debido entonces a que la pregunta: “¿Eres Tú el que ha de venir?” es en realidad una pregunta retórica, se convierte en una afirmación: “Tú eres el que había de venir, Tú eres el que ha venido desde la eternidad, procediendo desde Dios Padre, revestido de una naturaleza humana; Tú eres el que viene a salvarnos, a darnos la felicidad eterna que no es de este mundo; Tú eres el que viene a darnos la alegría de ser hijos de Dios”.

En el signo de los tiempos, la misión del Bautista no sólo no ha terminado, sino que se prolonga sin solución de continuidad hasta el fin de los tiempos; su misión continúa, no ya a través suyo, sino a través de la Iglesia y a través de los hijos de la Iglesia, los bautizados.

La Iglesia continúa la misión del Bautista sobre todo en Adviento, porque es en el tiempo de Adviento en donde la Iglesia anuncia a la humanidad que Dios Hijo habrá de nacer de una Madre Virgen para Navidad; la Iglesia anuncia, en Adviento, que la liberación y la alegría que vienen de Dios se materializa en el Niño de Belén.

La misión del Bautista es también continuada por los bautizados, los hijos de la Iglesia, quienes tienen la misión de ser los Juan Bautista de todos los tiempos; tienen la misión de anunciar, con obras de misericordia más que con palabras, que el Mesías ha llegado, ya ha venido, primero como Niño en Belén, ahora como Dios encarnado Presente en Persona en el sacramento del altar.

“¿Eres Tú el que ha de venir?” Ésa es la tarea a realizar por parte de los hijos de la Iglesia: anunciar a todo prójimo, por medio de la misericordia, que Cristo Eucaristía es el Mesías que había de venir, que ha venido como Niño en Belén, que viene como Pan del cielo en el altar, que vendrá como Rey del mundo al fin del tiempo.

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