En Epifanía, contemplando la escena del Pesebre, con el Niño en el centro,
Sin embargo,
La respuesta está en San Pablo: “Cristo crucificado es el Kyrios –el Señor- de la gloria” (cfr. 1 Cor 2, 6). San Pablo dice que Cristo, el Hombre-Dios, es el Señor de la gloria: Cristo en el Pesebre, Cristo crucificado, es el Señor de la gloria.
En Cristo la gloria de Dios, invisible, se hace visible en la carne, a través del cuerpo humano de Jesús, Dios Hijo encarnado. Ahora bien, como es por la fe que sabemos que Cristo es Dios Hijo, entonces, la luz de la gloria de Dios que vemos en Él, no la vemos tal como la ven los ángeles y los santos en el cielo, sino que es la luz de la gloria de Dios que se vislumbra por medio de la fe, no con los ojos del cuerpo.
La gloria de Dios que tanto
Entonces, quien ve a Cristo en el Pesebre, quien ve a Cristo crucificado, ve al “Señor de la gloria”, ve al Dios glorioso que manifiesta su luz divina en nuestro tiempo, a través de la carne y a través de la cruz de Jesús.
En Navidad, en el Niño de Belén vemos, por la fe, la gloria de Dios, su luz eterna, que se irradia a través del pequeño cuerpo de un niño recién nacido; en el Niño de Belén, se hace visible, a los ojos del alma, la gloria de Dios. Es la misma gloria que contemplaremos luego, en la crucifixión, cuando ese Niño, ya adulto, suba a la cruz. No es la que contemplan los bienaventurados cara a cara, pero para nosotros, que vivimos en el tiempo, la contemplación del Niño de Belén, y la contemplación del Crucificado, son el equivalente de la contemplación en la bienaventuranza del cielo.
Pero no sólo en Belén y en el Calvario vemos la gloria del Señor: también vemos resplandecer, con la luz de la fe, a esa misma gloria, en el Sacramento de
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