jueves, 9 de diciembre de 2010

Quien imite a Cristo será el más grande en el Reino de los cielos


“El Bautista es el más grande de todos los hombres nacidos en esta tierra, y sin embargo, el más pequeño en el cielo es más grande que el Bautista” (cfr. Mt 11, 1-11). Jesús plantea una paradoja difícil de resolver: si el Bautista es el más grande de todos los hombres nacidos en esta tierra: ¿cómo es posible que en el cielo, sea el más pequeño de todos? ¿O, lo que es o mismo, que en el cielo todos sean mayores que él?

¿Cómo puede ser que alguien que, habiendo sido alabado por el mismo Jesucristo como el más grande entre todos los hombres de la tierra, sea considerado el más pequeño en el cielo?

Jesús se refiere a la época de los profetas, que termina con Juan el Bautista: Juan el Bautista es el último de esta época que anuncia el cumplimiento de las profecías, el inicio de los tiempos mesiánicos, y la instauración del Reino de Dios en la Persona de Jesús, Hijo de Dios[1].

El Bautista es el más grande de todos los hombres nacidos hasta el inicio del Reino; representa a la antigua economía, no regida por la gracia, por la participación en la vida divina de Dios Trino. Es el más grande de todos los que nacieron antes de Jesús y se encontraban bajo el régimen de la ley antigua; pero a partir de Jesús, todo hombre nacido en esta tierra, que participe de la gracia divina, es decir, que sea hecho hijo de Dios por adopción, es más grande que el Bautista en este sentido, en que participa de la vida de Dios Trinidad, en que posee un principio vital, de vida y de movimiento, que no son simplemente los humanos, como sucedía hasta Juan el Bautista, sino que posee un principio de vida que es el Espíritu de Dios en Persona.

La grandeza de ser hijos de Dios por la gracia, que es la grandeza de los integrantes del reino, es una grandeza superior a la grandeza del Bautista en cuanto representante de la antigua economía. La grandeza del Bautismo, de la comunión sacramental, son superiores a la grandeza del Bautista, último representante de la antigua ley.

Pero no solo por ser bautizados se consigue la grandeza en el reino de los cielos. La grandeza del reino de los cielos se consigue por medio de la imitación de quien es absolutamente el más grande de todos los hombres, el Hombre-Dios: solo imitando al Hombre-Dios, e imitándolo principalmente en la cruz, es que el cristiano adquiere la grandeza superior a la del Bautista.

En otra paradoja, el más grande de todos los hombres, el Hombre-Dios, aparece en la cruz como el más pequeño de todos: en la cruz, Cristo parece el más pequeño, indefenso y débil de todos los hombres. Más aún, parece un fracasado, hablando humanamente. En la cruz, Jesús parece el más pequeño de todos los hombres, porque, en apariencia, sus ideales fracasan, sus partidarios lo abandonan, sus enemigos se multiplican y terminan por derrotarlo; sólo es acompañado por su Madre, una Mujer también en apariencia absolutamente indefensa. Y sin embargo, es el más grande, por ser el Hijo de Dios, en el reino de los cielos.

Quien imite a Cristo en la cruz, quien participe de su sacrificio redentor que se actualiza en cada sacrificio del altar, donando su pequeña vida junto al sacrificio del Cordero en el altar en oblación por amor a Dios y a los hombres, será el más grande en los cielos. Quien done su vida por amor en el sacrificio del altar, junto al sacrificio del Hombre-Dios, será el más grande en el reino de los cielos.


[1] Cr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 389.

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