“Amen
a sus enemigos” (Lc 6, 27-36). Para entender
el alcance del mandato de Jesús de “amar a los enemigos”, hay que considerar
que este se encuentra comprendido en el Mandamiento Nuevo de la caridad, dado
por Él: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”. Es decir, Jesús
nos da un Nuevo Mandamiento, que se agrega a los Diez Mandamientos de la Ley de
Moisés, y este nuevo mandamiento consiste en “amarnos los unos a los otros”, no con el simple amor humano,
sino con el Amor de Dios, el Espíritu Santo y hasta la muerte de cruz, porque así
es como Jesús nos amó: con el Amor del Espíritu Santo y hasta la muerte de
cruz. Fue con este Amor con el que Jesús nos perdonó desde la cruz, cuando
nosotros le quitábamos la vida con nuestros pecados; fue con este Amor con el
que Jesús nos perdonó desde la cruz, siendo nosotros sus enemigos, y no
cualquier clase de enemigos, sino enemigos mortales suyos, porque le quitábamos
la vida. Y aun así, Jesús no pidió a su Padre venganza y castigo para nosotros,
sino que, movido por el Amor de su Sagrado Corazón, pidió misericordia,
clemencia y perdón para nosotros: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen”. Esto es lo que explica el hecho –incomprensible a los ojos humanos-
comprobado en la muerte de los mártires, que ofrecían sus vidas por la eterna
salvación de sus verdugos, de aquellos que les quitaban la vida: lo que hacían
los mártires, era participar de la cruz de Jesús, imitarlo a Él en su misericordia
y prolongar su Pasión redentora, como miembros del Cuerpo Místico de Cristo,
que así continuaba, por medio de los mártires, la salvación de las almas,
incluidas las de los enemigos de Cristo, los enemigos de la Iglesia. Éste es el
fundamento, por lo tanto, del porqué del mandamiento de Jesús, de “amar a los
enemigos”: porque así nos amó Él desde la cruz. Entonces, como cristianos, debemos
amar a los enemigos si de veras amamos a Jesús, porque de esa manera lo
imitamos en su misericordia para con nosotros y participamos de su cruz.
“Amen
a sus enemigos (…) sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es
misericordioso”. La medida del amor a Jesús, en nuestros corazones, es la
medida del amor y misericordia que seamos capaces de brindar a nuestros
enemigos: cuanto más amemos a Jesús, más amaremos a nuestros enemigos, en el
cumplimiento de su mandato, el mandato de la caridad, del Amor Misericordioso,
y más nos asemejaremos a Dios Padre, Fuente de la Divina Misericordia.
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