jueves, 10 de septiembre de 2015

“¡Felices ustedes, los pobres! ¡Ay de ustedes, los ricos!”


“¡Felices ustedes, los pobres! ¡Ay de ustedes, los ricos!” (Lc 6, 20-26). Jesús proclama las Bienaventuranzas, llamando “felices” a los pobres, y lamentándose por los ricos: “¡Felices ustedes, los pobres! ¡Ay de ustedes, los ricos!”. Aun cuando pudiera parecer así, a simple vista, no se trata sin embargo de una categorización socio-económica; es decir, Jesús no está dividiendo a la sociedad en “clases altas” y “clases bajas”, tal como se clasifica habitualmente a la sociedad humana, según parámetros económicos, materiales y sociales. Jesús está hablando de una realidad espiritual y sobrenatural, porque los “pobres” de los que habla Jesús son, ante todo, no los que carecen de bienes materiales, sino de los que carecen de bienes espirituales y, al igual que un pobre material, se reconocen faltos de estos y solicitan el auxilio a Dios, rico en gracia y misericordia. Y si Jesús habla de los pobres materiales en primer lugar, es porque el pobre y la pobreza materiales son figura de otro pobre y de otra pobreza, de orden espiritual. En todo caso, al hablar de “pobres”, Jesús se refiere a la pobreza de la cruz, es decir, a aquellos que, participando de su cruz, son pobres material y espiritualmente. En efecto, quien participa de la cruz, quien está crucificado junto con Jesús y en Jesús, es pobre materialmente, como Jesús, que en la cruz no tiene ningún bien material, porque todos los bienes materiales que tiene en la cruz –la corona de espinas, los clavos de hierro, el lienzo con el que se cubre, el cartel que dice “Rey de los judíos” y la cruz misma-, no le pertenecen, sino que se los ha confiado Dios Padre en su Divina Providencia, para que los utilizara como medios para regresar al Reino de los cielos, de donde había venido. También es pobre espiritualmente, porque reconoce su nada ante Dios, espera todo de Él y a Él le encomienda su vida, como Jesús en la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46).

“¡Felices ustedes, los pobres! ¡Ay de ustedes, los ricos!”. Si los pobres son los que están crucificados con Cristo, porque participan de su cruz, entonces los ricos son los que han rechazado la cruz. Y, paradójicamente, estos ricos son los verdaderos pobres, porque al rechazar la cruz lo pierden todo, porque pierden su alma.

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