sábado, 19 de septiembre de 2015

“El Señor les hablaba de su Pasión, pero los discípulos no comprendían esto (...) habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”



(Domingo XXV - TO - Ciclo B – 2015)

“El Señor les hablaba de su Pasión, pero los discípulos no comprendían esto (...) habían estado discutiendo sobre quién era el más  grande” (Mc 9, 30-37). Mientras Jesús revela a sus discípulos su misterio de Pasión, Muerte y Resurrección, ellos incluidos los Apóstoles, no solo “no comprenden” la trascendencia de la revelación de Jesús, sino que, en el camino, “discuten” acerca de “quién sería el más grande entre ellos”. Es decir, Jesús les está revelando el más grande misterio de todos los grandes misterios de Dios, el misterio de la Redención de la humanidad por medio de la muerte en cruz del Hombre-Dios, y los discípulos, que deben transmitir a los demás esta  Buena Noticia, “no comprenden” lo que Jesús les dice y, como si fuera poco, se ponen a discutir entre sí por una banalidad, por “quién sería el más grande” de entre todos ellos. Jesús les está revelando que el mundo, tal como ellos lo entienden, con sus estrechos razonamientos humanos, está por terminar, porque está a punto de comenzar una Nueva Era para la humanidad, la Era de la gracia del Hijo de Dios, pero los discípulos no comprenden el mensaje de Jesús y siguen enfrascados en su visión mezquina y egoísta, que busca desplazar del medio al hermano, para sobresalir y recibir el aplauso de los hombres.
La razón de la incomprensión primero y la discusión después, se debe al hecho de que el diálogo se desarrolla en dos niveles distintos: por un lado, Jesús les está hablando de su misterio pascual, misterio por el cual Él habría de redimir a la humanidad, salvándola de sus enemigos mortales, el demonio, la muerte y el pecado, donándole su gracia santificante para convertir a los hombres en hijos adoptivos de Dios, para luego, al final de la vida terrena, conducirlos a la Casa del Padre. Jesús les está revelando el plan divino de salvación, un plan que viene de lo alto y por el cual los hombres serían llevados a lo alto, a la vida eterna. Jesús les revela que este plan de salvación pasa por la cruz, y por eso les anticipa todo lo que Él habría de sufrir, por ellos y por todos los hombres, para que los hombres sean salvos. Sin embargo, los discípulos “no comprenden” lo que Jesús les dice y no comprenden, porque sus mentes y sus corazones no están todavía abiertos a la luz de Dios; es decir, sus mentes y corazones siguen aferrados a esta vida, siguen pensando con categorías humanas, siguen teniendo todavía perspectivas terrenas, siguen amando más esta vida que la otra, los bienes terrenos a los bienes eternos, la vida de pecado a la vida de la gracia, el aplauso de los hombres y el éxito mundano recibidos en este mundo, a la gloria de Dios en la otra vida. La incomprensión de las palabras de Jesús se demuestra con la discusión que se entabla entre ellos, acerca de quién de ellos sería el más grande. No les interesa ser grandes a los ojos de Dios, sino a los ojos de los hombres; les interesa una grandeza humana, mundana y terrenal; no les importa la grandeza celestial y eterna que Jesús, Dios Encarnado, les ofrece por medio de la cruz. Jesús les ofrece ser grandes, pero a los ojos de Dios y no de los hombres, una grandeza que los mundanos desprecian, porque es la grandeza de la cruz, pero los discípulos no solo no entienden lo que Jesús les ofrece, sino que discuten entre ellos por la gloria del mundo, que es efímera y no es agradable a los ojos de Dios.
“El Señor les hablaba de su Pasión, pero los discípulos no comprendían esto (...) habían estado discutiendo sobre quién era el más  grande”. No son solo los discípulos los que no entienden el mensaje de Jesús, que nos habla del paso a la vida eterna por medio de la cruz. Lo grave es que esta misma incomprensión del mensaje de Jesucristo, la poseen muchos cristianos dentro de la Iglesia: muchos cristianos piensan que la Iglesia de Jesucristo es una especie de empresa en donde quien se muestre más ante los hombres, es el que más vale, el que más importa; muchos cristianos piensan que cuanto más poder tienen y cuantos más cargos ocupan, tanto más importancia tienen, pero eso es continuar y prolongar la incomprensión total que muestran los discípulos. A los ojos de Dios, dirá Jesús a los Apóstoles, la grandeza de un alma se mide con otros parámetros, con la Sabiduría y el Amor divinos y no con la estrecha capacidad de pensar de la razón humana, y mucho menos con el modo de amar del hombre, un modo de amar que es centrado en sí mismo y en su egoísmo. Para que sus discípulos sepan cuál es la grandeza que Él, en cuanto Dios, aprecia, Jesús les dice que “el que quiera ser el primero, debe hacerse el último y el servidor de todos”. Así, Jesús les está anticipando la cruz y su grandeza, porque es en la cruz en donde el Hombre-Dios será despreciado y considerado el más insignificante entre los hombres, el último entre todos los hombres, pero será el más grande ante su Padre Dios, porque por su humillación y muerte en cruz, otorgará la salvación a los hombres, al dar cumplimiento al plan de redención divino.
“El que quiera ser el primero, debe hacerse el último y el servidor de todos”. Estamos invitados a la Viña del Señor, pero para trabajar en ella “como los últimos y como los servidores”, no como los primeros y los patrones, porque estamos llamados a imitar a Jesús en la cruz, que es, en la cruz, el último y el servidor de todos. Quien está en la Iglesia pretendiendo ser el primero, para ser alabado por los hombres, contraría al plan divino, porque deja de imitar a Jesús, que obró la salvación por la humillación de la cruz. Por lo tanto, no pretendamos hacernos los dueños de la Iglesia, sino susservidores, porque si nos creemos dueños de la Iglesia, no imitamos a Jesucristo, que siendo Dios, se hizo nuestro sirviente: “Estoy a la mesa como el que sirve” (Lc 22, 27), dice Jesús, no como el dueño, aunque Él es el dueño de la mesa, es decir, de la Iglesia. Sólo el que sirve a los hermanos como sirviente, como esclavo de los demás, y no como dueño, ése es el que imita verdaderamente a Jesucristo.
“El que quiera ser el primero, debe hacerse el último y el servidor de todos”. Estamos llamados a trabajar en la Iglesia para salvar las almas y para agradar a Dios  nuestro Señor, no para buscar el aplauso de los hombres; estamos en la Iglesia para participar de la cruz de nuestro Señor, para participar de su humillación, de sus dolores, de sus penas, de sus amarguras, de su coronación de espinas; estamos en esta vida para salvar el alma y ganar el cielo, no para pasarla bien y sin problemas; estamos en la vida de paso, para ganar la vida eterna, no para quedarnos para siempre en el tiempo. Cuando Jesús les dice a sus Apóstoles que Él deberá sufrir mucho, ser traicionado, flagelado y crucificado, para luego resucitar, los Apóstoles “no comprenden” lo que Jesús les está diciendo y comienzan a discutir entre sí acerca de quién sería el más grande, demuestran que no saben para qué están en esta vida y que no quieren participar de la cruz de Jesús.

Quien en verdad ame a Jesús, no buscará ser aplaudido por los hombres, sino participar de su cruz, de sus dolores de su humillación, para servir a sus hermanos en la caridad y así demostrar su amor a Dios. 

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