viernes, 11 de septiembre de 2015

“Apártate de Mí, Satanás”



(Domingo XXIV - TO - Ciclo B – 2015)

         “Apártate de Mí, Satanás” (Mc 8, 27-35). Sorprende este calificativo de Jesús a Pedro, el Primer Papa; mucho más, cuanto que ya había sido nombrado Papa, Pedro acababa de profesar la fe en su condición divina y Jesús lo había alabado por su fe (aunque no aparece el elogio de Jesús en este Evangelio, sí en sus paralelos, por ejemplo, Mt 16, 17: "Bienaventurado eres, Pedro, porque esto no te lo reveló ni la carne ni la Sangre, sino mi Padre que está en los cielos"). Es decir, en un primer momento, Jesús alaba la fe de Pedro; instantes después, le dice, al mismo Pedro, nada menos que “Satanás”. ¿Cuál es la razón de este cambio en Jesús? ¿Por qué primero lo alaba, y luego le dice “Satanás”? La razón está en el mismo Pedro y la podemos encontrar en la  mitad del diálogo que se entabla entre Jesús y Pedro, entre la alabanza de Jesús y su posterior denostación de Pedro. En efecto, cuando Pedro manifiesta su fe en la condición divina de Jesús: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”, Jesús alaba su fe porque, como lo dice el mismo Jesús, esta convicción de fe de Pedro, no viene de él, de su mente y de su razonamiento humano, sino de Dios Padre, que lo ha iluminado con su Espíritu. Reconocer a Jesús como el Hombre-Dios, no depende de nuestros razonamientos y elucubraciones, sino de la iluminación que viene de lo alto, del Espíritu Santo, porque es una verdad inaccesible a nuestro espíritu, sino es revelada de lo alto. Sin embargo, cuando Jesús le revela a Pedro que Él, el Hombre-Dios, Dios Hijo encarnado, el Dios omnipotente, capaz de resucitar muertos, expulsar demonios, multiplicar panes y peces, convertir el agua en vino, tiene que sufrir la Pasión, es entonces cuando Pedro rechaza la luz del Espíritu Santo y se deja llevar por sus propios pensamientos, sus pensamientos humanos; es ahí en donde aprovecha Satanás, para infiltrarse en la oscuridad de sus pensamientos humanos, para que Pedro se oponga con firmeza al plan divino de Redención, manifestado en el hecho de que el Hijo de Dios “debía sufrir mucho en manos de los hombres, ser traicionado, condenado a muerte, flagelado, coronado de espinas y crucificado, para luego resucitar”. El misterio de la redención del hombre pasa por la Pasión, Muerte y Resurrección del Hombre-Dios; Dios nos redime en Cristo Jesús, pero lo hace a través de la cruz; es por la cruz de Jesús, que el hombre accede a la Divina y Eterna Luz. Pedro rechaza la cruz, rechaza el sufrimiento, rechaza la humillación, rechaza el dolor de verse traicionado por sus amigos, rechaza el plan divino de salvación, porque su débil mente humana no puede entrever el misterio pascual de redención que Dios obra por la Muerte y Resurrección del Cordero de Dios. Y como Satanás tampoco quiere la redención ni la cruz, porque no quiere la salvación, sino la eterna condenación del hombre, al ver a Pedro que éste rechaza la fe, con lo cual su mente se oscurece, aprovecha la ocasión para fortalecerlo en su rechazo de la fe, agregando las tinieblas del infierno a sus propias tinieblas humanas. Ésta es la razón por la cual Jesús le dice a Pedro, luego de alabar su fe: “Apártate de mí, Satanás, tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. En realidad, Jesús se dirige doblemente, a Pedro y a Satanás, y a los dos les dice que se aparten, porque el rechazo de la cruz es un pensamiento oscuro humano, que rechaza la luz eterna de Dios que viene de la cruz, y este rechazo es aprovechado por el Príncipe de las tinieblas, para agregar más oscuridad a la oscuridad de Pedro.
         Luego de recriminar duramente a Pedro por su falta de fe, Jesús se dirige a los demás y les dice que “el que quiera ir tras de Él” –Jesús no obliga a nadie: lo dice muy claramente: “el que quiera venir tras de Mí”-, deberá “tomar la cruz y seguirlo”. No hay otro camino posible de salvación, que la cruz de Jesús; quien quiera salvarse, o toma la cruz y va tras de Jesús, por el Camino del Calvario, siguiendo sus huellas ensangrentadas, o no se salva. Cuando contemplamos un crucifijo en la Iglesia, no contemplamos un adorno, un elemento decorativo: nos recuerda cuál es el único camino para llegar al cielo: participar de la cruz de Jesús, se crucificados con Él, morir con Él al hombre viejo, para nacer a la vida nueva de los hijos de Dios. Con esta última revelación, Jesús termina por reprender definitivamente la pretensión de Pedro de salvar el alma sin la cruz.

“Apártate de Mí, Satanás”. También a nosotros nos dice lo mismo Jesús, cada vez que rechazamos su cruz, cada vez que nos negamos a cargar la cruz de todos los días, para seguirlo por el camino del Calvario, cada vez que reducimos su misterio pascual a razonamientos humanos, cada vez que reducimos el cristianismo a sofismas psicológicos, a meros sentimientos sin raíz en el ser, que no conducen a la conversión del corazón. Jesús nos dirige el mismo reproche que le dirigió a Pedro, cada vez que rebajamos el cristianismo a los estrechos límites de nuestra razón, cada vez que racionalizamos el misterio, sin dar lugar a la luz de la fe, que actúa sobre la razón, iluminándola acerca del misterio pascual de Muerte y Resurrección de Jesucristo. Para no recibir ese reproche de parte de Jesús, si queremos ir en pos de Él, neguémonos a nosotros mismos –a nuestras pasiones, a nuestros enojos, a nuestras perezas e indolencias-, carguemos nuestra cruz de todos los días, y vayamos en pos de Cristo, siguiéndolo por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis.

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