viernes, 14 de septiembre de 2018

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz



         Solo la Iglesia Católica tiene una fiesta litúrgica en la que se exalta la Santa Cruz. Cuando miramos la Cruz con nuestros ojos y nuestra razón humana, nos viene a la mente una pregunta: ¿acaso la Cruz no es un instrumento de muerte? El que está crucificado, ¿acaso no sufre no solo la humillación más grande que alguien pueda sufrir y esto en medio de los dolores más desgarradores que jamás nadie pueda soportar? Cuando miramos la Cruz con nuestra mirada humana, nos preguntamos: ¿por qué exaltamos la Cruz? ¿No es acaso exaltar y glorificar la muerte, la humillación, el dolor? ¿Se puede exaltar la Cruz? ¿No es un despropósito exaltar la Cruz? Si respondemos a estas preguntas con los solos razonamientos de nuestra mente, entonces de inmediato la respuesta es negativa: no, no podemos, de ninguna manera, exaltar la Cruz. Ahora bien, la Iglesia exalta la Santa Cruz, por lo que nosotros también debemos exaltarla, como buenos hijos de la Iglesia. Entonces, la pregunta es: ¿por qué la Iglesia exalta la Cruz, con lo cual estamos obligados a exaltarla, si representa a la humillación y el dolor en sí mismos? Puesto que la Santa Cruz es un misterio sobrenatural, la respuesta a las preguntas no puede nunca ser satisfecha con el uso de la sola razón natural. Tratándose de un misterio sobrenatural, debemos acudir a la razón sobrenatural, que proviene de la Sabiduría divina, para poder encontrar la respuesta a la pregunta de por qué exaltamos los católicos a la Santa Cruz.
         En otras palabras, la respuesta al por qué de nuestra Exaltación de la Santa Cruz, la encontramos solo con la iluminación del Espíritu Santo, porque tratándose de un misterio sobrenatural, solo se puede obtener una respuesta con la Sabiduría sobrenatural de Dios. No con nuestra razón, sino con la luz del Espíritu Santo, podemos saber la razón por la cual exaltamos a la Santa Cruz.
         Ante todo, la Sagrada Escritura nos dice que Aquel que cuelga en la Cruz –aunque aparente necedad y falta de fortaleza a los ojos de los hombres- es Sabiduría de Dios y Fuerza de Dios, porque el que cuelga de la Cruz es Dios Hijo encarnado y no un hombre más entre tantos: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos-: fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Co 1, 23-24). El que cuelga de la Cruz es nuestro Dios, que reina desde el madero: “Nuestro Dios reinará desde un madero”[1]. Ésa es la razón por la cual la Liturgia de las Horas afirma que Jesús “subió al árbol santo de la cruz, destruyó el poderío de la muerte, se revistió de poder, resucitó al tercer día”. Si no hubiera sido Dios Hijo encarnado, no podría haber destruido a la muerte con su poder divino y no podría haber resucitado al tercer día. Jesús, también como dice la liturgia, al morir, mató con su muerte a nuestra muerte, dándonos a cambio la vida divina, siempre según la liturgia divina: “la cruz en que la vida sufrió muerte y en que, sufriendo muerte, nos dio vida”. Y la vida que nos dio, no es la restitución de esta vida terrena, sino la Vida divina que brota de su Corazón traspasado, la Vida de Dios que brota de su Acto de Ser divino trinitario.
         Entonces, exaltamos la Santa Cruz porque al ser el Hijo de Dios encarnado, Jesús en la Cruz es la Fuerza y la Sabiduría de Dios, además de ser su Misericordia Encarnada, Misericordia que se derrama inagotable sobre nuestras almas con la Sangre y el Agua de su Corazón traspasado, lavando con la Sangre y el Agua nuestros pecados: “¡Cómo brilla la cruz santa! De ella colgó el cuerpo del Señor y desde ella derramó Cristo aquella sangre que ha sanado nuestras heridas”[2].
         Jamás encontraremos la respuesta a la pregunta de por qué exaltamos y adoramos la Cruz, si solo pretendemos responder con nuestra sola razón. Sólo el Espíritu Santo, que Dios Trino concede a quienes se postran de rodillas ante la Cruz con un corazón contrito y humillado, puede darnos la respuesta adecuada.


[1] Cfr. Liturgia de las Horas.
[2] Cfr. ibidem.

No hay comentarios:

Publicar un comentario