sábado, 8 de septiembre de 2018

“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”



(Domingo XXIII - TO - Ciclo B – 2018)

“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7, 31-37). Jesús hace un milagro de curación corporal, al curar a un sordomudo: le pone sus dedos en los oídos, toca la lengua con su saliva y dice: “Éfeta”, que significa “Ábrete”. El episodio de la curación del sordomudo nos lleva a reflexionar en dos direcciones: por un lado, nos habla de la condición y poderes divinos de Jesús en cuanto Hombre-Dios, ya que solo Dios puede curar con la sola palabra; por otro lado, nos lleva a considerar que el ser humano, al estar compuesto por alma y cuerpo, no solo sufre la enfermedad corporal, sino que sufre también la enfermedad espiritual, provocada por la pérdida de la gracia santificante a causa del pecado original y por lo tanto, necesita ser curado en ambos campos, el corporal y el espiritual.
En este caso, la curación es corporal solamente, a diferencia de la curación del paralítico, que es corporal y espiritual –al paralítico lo cura espiritualmente porque le perdona los pecados-. Como en otros casos de enfermedad y de modo especial en este, el sordomudo es figura del alma de todo ser humano que nace en estado de pecado original: nace ciego, sordo y mudo para conocer la Verdad Absoluta, desear el Bien infinito que es Dios y oír la voz de Dios, de ahí la dificultad del hombre para alcanzar la Verdad y obrar el Bien. Por el pecado original, el hombre no solo nace sordo para oír la voz de Dios, sino que nace también mudo para proclamar su palabra y nace también ciego para ver la Verdad de Dios. La situación de enfermedad y de invalidez corporal es entonces una figura y una representación del estado espiritual de desolación en la que nace el alma por causa del pecado original. Pero de la misma manera a como Jesús cura con el solo poder de su palabra, por cuanto Él es Dios y puede hacerlo por su omnipotencia, dando remedio en un instante a la invalidez corporal, de la misma manera, así también Jesús pone remedio a la ceguera, a la sordera y a la mudez espiritual por medio del Sacramento del Bautismo. Al recibir la gracia de la filiación divina, el alma no solo se ve curada en su afección espiritual, sino que comienza a participar de la vida divina y es por eso que ahora puede conocer y creer en la Verdad revelada de Jesucristo, puede desear y hacer el Bien de caridad, que es la misericordia y puede proclamar el Evangelio de Jesucristo. En un solo momento, en el momento del Bautismo, el alma no solo es curada, sino que es hecha partícipe de la vida sobrenatural.
“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. En el Evangelio, Jesús cura al sordomudo y así le dona una nueva vida, la vida de la ausencia de la enfermedad y de la presencia de la salud y por eso podemos considerarlo afortunado. Sin embargo, nosotros somos todavía mucho más afortunados porque por el bautismo sacramental, Jesús nos dona algo infinitamente más valioso que la recuperación de la salud y es la vida de la gracia, por la cual no solo somos curados de nuestra ceguera, de nuestra mudez y de nuestra sordera espiritual, sino que nos hace participar de la vida de la gracia, vida por la cual conocemos la Verdad divina, la escuchamos por el Magisterio y la proclamamos al mundo.
A pesar de esto, muchos cristianos, habiendo recibido la gracia del Bautismo, de la Eucaristía y de la Confirmación, se comportan como ciegos, sordos y mudos porque voluntariamente no practican su religión. Estos cristianos oyen la voz de Satanás, no cumplen las obras de Dios, no proclaman el Evangelio del Reino y todo esto culpablemente, porque culpablemente eligen no oír, no ver, no hablar, comportándose como los “perros mudos” (cfr. Is 56, 10) y los “guías ciegos” (cfr. Mt 15, 14) de la Escritura.
Jesús nos ha sanado con su gracia desde el Bautismo y por lo tanto, tenemos la obligación de rendir el ciento por uno de los talentos recibidos. Sin embargo, no parece ser así, porque en nuestros días, como nunca antes en la historia de la humanidad, ha crecido el ocultismo, la magia, la wicca, la brujería, el satanismo y toda clase de prácticas de maldad como estas y si se han multiplicado y crecido de modo abismal, cubriendo de maldad al mundo, se debe en gran medida a la tibieza y frialdad de muchos cristianos que, voluntariamente, callan las Verdades de fe, hacen oídos sordos a la voz de Dios y no viven los Mandamientos, además de no rezar, no recibir los sacramentos y no vivir su religión, cuando no se alían directamente con el enemigo, porque muchos cristianos son tibios en su fe, pero fervientes devotos del ocultismo.
Debemos ser precavidos y estar vigilantes porque fácilmente podemos caer en la tentación de ser “perros mudos” y “guías ciegos” y de estas faltas tendremos que dar cuenta en el Juicio Particular.

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