miércoles, 26 de septiembre de 2018

“Los discípulos no comprendían lo que Jesús les decía (estaban) discutiendo sobre quién era el más grande”



(Domingo XXV - TO - Ciclo B – 2018)

“Los discípulos no comprendían lo que Jesús les decía (estaban) discutiendo sobre quién era el más grande” (Mc 9, 30-37). El Evangelio es una clara muestra de que la crisis de la Iglesia es una crisis de santidad y es una crisis que se manifiesta desde el inicio mismo de la Iglesia, desde su mismo seno. Mientras Jesús les habla acerca de la Pasión que ha de sufrir, mientras Jesús les anticipa, proféticamente, que Él habrá de ser traicionado, entregado, muerto en la cruz y para recién después resucitar y así salvar a la humanidad del pecado, de la eterna condenación en el infierno y de la muerte que lo acecha a cada instante, los discípulos, aquellos elegidos por Jesús para recibir de Él sus enseñanzas privilegiadas, demuestran no estar a la altura de los acontecimientos. Por el contrario, demuestran una mundanidad tal que asusta. Por un lado, “no comprenden” lo que Jesús les dice, porque no entienden qué es la Pasión ni el por qué ni para qué Jesús ha de sufrir la Pasión. Dice así el Evangelio: “Jesús (les decía): “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”. Jesús les habla claramente de su misterio pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual habrá de salvar a los hombres, pero ellos “no entienden” lo que Jesús les dice: “Una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: “¿De qué hablaban en el camino?”. Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. Es decir, mientras Jesús les habla de la necesidad imperiosa de la cruz para salvar el alma del infierno, de la muerte y del pecado; mientras Él les habla acerca de la peligrosidad de los enemigos humanos –los judíos- y preternaturales –los ángeles caídos- cuya malicia es tan grande que lo llevarán a Él a la muerte, provocando la dispersión de su Iglesia, los discípulos, en vez de estar atentos a estas revelaciones celestiales, se encuentran enfrascados en cuestiones humanas, discutiendo sobre banalidades, como por ejemplo, “cuál de ellos es el más grande”: “Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. Con esta discusión mundana y banal, los discípulos no solo demuestran que no están a la altura de la misión sobrenatural que Jesús les quiere encargar y de los eventos sobrenaturales que en breve habrán de suceder, sino todavía demuestran algo peor: demuestran una mentalidad mundana, un espíritu soberbio, orgulloso, que se encuentra apegado a esta tierra, a sus honores, a sus homenajes, a sus mundanidades. Mientras deberían estar deliberando sobre quién de ellos, aún indigno, debería estar a los pies de la cruz de Jesús, acompañando a la Virgen en su soledad, en su dolor y en su humillación, los discípulos “discutían sobre quién era el más grande”. Se disputan los aplausos humanos, en vez de desear el silencio de Dios; se pelean por un puesto de honor mundano, cuando deberían desear un puesto de crucificados, al lado de la cruz de Jesús; se pelean por los honores que los hombres se dispensan unos a otros, cuando esos honores, delante de Dios, son como hierba seca que se lleva el viento y nadie más se acuerda de ella.
“Los discípulos no comprendían lo que Jesús les decía (estaban) discutiendo sobre quién era el más grande”. Podemos decir que la crisis actual que vive la Iglesia, una crisis que es ante todo de fe y santidad y que se manifiesta claramente en la apostasía masiva de los católicos, comienza en el momento mismo de la predicación evangélica y se extiende, como una mancha que todo lo corroe y todo lo contamina, hasta nuestros días. También nosotros debemos preguntarnos si no nos comportamos mundanamente, como los discípulos de Jesús; también nosotros debemos preguntarnos si es que entendemos que estamos en esta vida para unirnos a la Cruz, para recubrirnos con el Manto de la Virgen y así vencer a nuestros tres grandes enemigos, el Demonio, el Pecado y la Muerte, en vez de buscar el aplauso mundano, o en vez de estar discutiendo entre nosotros por banalidades, cuando en realidad debemos mirar hacia lo alto, hacia el destino de eternidad que nos espera en la otra vida.
“Los discípulos no comprendían lo que Jesús les decía (estaban) discutiendo sobre quién era el más grande”. Tengamos cuidado de no ser nosotros esos discípulos que, estando en la Iglesia, no entienden para qué están, para salvar sus almas y las de sus hermanos y no para buscar puestos de poder y el aplauso inútil de los hombres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario