(Domingo
XXIV - TO - Ciclo B – 2018)
“¡Retírate,
ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los
de los hombres!” (Mc 8,27-35). Este
Evangelio es el típico caso que San Ignacio de Loyola llama “discernimiento de
espíritus” y tiene por protagonista al mismo Papa, San Pedro. Para entender el
Evangelio, debemos tener en cuenta lo que dice San Ignacio de Loyola: que
nuestros pensamientos tienen tres orígenes: nosotros mismos, Dios y el Demonio.
Es decir, según San Ignacio de Loyola, un pensamiento cualquiera que se
encuentra en nuestra mente puede originarse en tres fuentes distintas: nuestra
propia mente, Dios, o el Diablo. De ahí la importancia de hacer lo que el santo
llama “discernimiento de espíritus”, porque es sumamente importante, para
nuestra vida espiritual, que sepamos de dónde provienen nuestros pensamientos,
si de nosotros mismos, si de Dios o del Diablo, porque los fines de cada uno
son absolutamente distintos.
Cuando Jesús pregunta a
los discípulos quién dice la gente que es Él y cuando les pregunta quién dicen
ellos que es Él, el primero que contesta es Pedro, diciendo la Verdad acerca de
Jesús, esto es, reconociéndolo como al Hombre-Dios y como al Mesías que Dios ha
enviado: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro respondió: “Tú eres el
Mesías”. Aunque en este Evangelio no lo dice, en los paralelos Jesús felicita a
Pedro diciéndole que eso que él ha dicho no ha provenido “ni de la carne ni de
la sangre”[1],
es decir, no ha sido un pensamiento suyo, sino que ha venido del Espíritu
Santo, del Espíritu de su Padre, porque nadie puede afirmar que Jesús es Dios
si no es iluminado por el Espíritu Santo. En esta primera respuesta de Pedro,
es evidente entonces que ha sido el Espíritu Santo quien ha iluminado a Pedro.
Es decir, si se hace un discernimiento de espíritus según San Ignacio, la
respuesta de Pedro, de que Jesús es el Mesías y el Hombre-Dios, no proviene de él
ni del Diablo, sino de Dios; o sea, de los tres posibles orígenes de su
pensamiento, es claro que viene de Dios.
Sin embargo, a renglón seguido, al continuar el diálogo de
Jesús con Pedro y los Apóstoles, la respuesta de Pedro será diametralmente
opuesta, indicando que está siendo inspirado por un espíritu que no es el de
Dios. En efecto, al continuar el diálogo, Jesús les revela qué es lo que habrá
de suceder con Él, es decir, que Él habrá de sufrir la Pasión –ser traicionado,
flagelado, crucificado- para luego resucitar: “Y comenzó a enseñarles que el
Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después
de tres días”. Al oír estas palabras, el mismo Pedro que recién acababa de
contestar inspirado por el Espíritu Santo, apenas Jesús le dice que para
resucitar habrá de pasar primero por la muerte humillante en cruz, Pedro
“reprende a Jesús”, dice el Evangelio: “Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo”.
Es decir, Pedro reprende a Jesús porque rechaza la cruz; para Pedro, Jesús no
tiene que sufrir la cruz; para Pedro, el Mesías no puede sufrir los dolores, la
ignominia y la humillación de la cruz y por eso comienza a “reprenderlo”.
La respuesta de Jesús, además de asombrarnos, nos demuestra
que la respuesta de Pedro según la cual rechaza la cruz, no proviene de Dios y
tampoco de sí mismo, sino del Demonio. En efecto, dice el Evangelio: “Pero
Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo:
“¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de
Dios, sino los de los hombres”. Es decir, Jesús no le dice: ¡Retírate, ve
detrás de Mí, Pedro!”, sino que le dice: “¡Retírate, ve detrás de mí,
Satanás!”. Esto quiere decir, claramente, que el pensamiento de rechazo de la
cruz no viene de Dios ni de los hombres, sino de Satanás. Es realmente
impresionante el hecho de que Jesús en Persona le diga “Satanás” a Pedro, el
Primer Papa. Esto nos sirve para darnos cuenta de cómo debemos hacer
discernimiento de nuestros pensamientos, para rechazar los pensamientos que
vengan de nosotros y de Satanás y para aceptar sólo los que vengan de Dios.
Además de la regla de discernimiento, el Evangelio nos enseña que cualquier pensamiento
que sea de rechazo de la cruz viene de Satanás, aunque también puede venir de
los hombres, siendo Satanás quien los agudiza.
Una vez finalizada la reprensión a Pedro, Jesús enfatiza la
necesidad de la cruz para la salvación eterna: “Entonces Jesús, llamando a la
multitud, junto con sus discípulos, les dijo: “El que quiera venir detrás de
mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que
quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la
Buena Noticia, la salvará”. Si no renunciamos a nosotros mismos y si no
cargamos la cruz, no entraremos en el Reino de los cielos.
“¡Retírate,
ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los
de los hombres!”. Debemos tener mucha precaución con nuestros pensamientos y
aplicar la Regla de Discernimiento de San Ignacio de Loyola, de manera tal de
no ser objeto de la reprensión de Jesús. Debemos prestar mucha atención a
nuestros pensamientos y rechazar todo aquello que nos lleve a negar la Santa
Cruz de Jesús, el Único Camino para llegar al Reino del cielo.
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