miércoles, 26 de septiembre de 2018

"Los envió a proclamar el Reino de Dios"



         Después de “convocarlos a los Doce y de darles poder para expulsar demonios y curar enfermos”, Jesús los envía a “proclamar el Reino de Dios”. Es importante considerar en qué consiste el “Reino de Dios” (cfr. Lc 9, 1-6), para no caer en reduccionismos de corte mundano que lo desvirtúan. Por ejemplo, muchos confunden este poder otorgado por Jesús para expulsar demonios y curar enfermos, con el Reino en sí mismo, es decir, el Reino de Dios consistiría en la mera acción de expulsar demonios y curar enfermos. Es lo que se ve en sectas evangélicas y en buena parte de fieles católicos adeptos al pentecostalismo protestante. La otra desvirtuación del Reino de Dios proviene de la Teología de la Liberación, que reduce el Reino de Dios a un reino intramundano, en donde la máxima felicidad es el bienestar material y social, sin importar la trascendencia y la vida eterna, y en donde el centro de este neo-evangelio es el pobre y no Jesucristo y la causa de la salvación es la pobreza y no la gracia. Tanto la visión liberal-protestante como la visión social-comunista del Reino de Dios lo desvirtúan substancialmente, al punto de reemplazar al verdadero Reino de Dios por reinos intra-mundanos que nada tienen que ver con el Reino proclamado por Nuestro Señor Jesucristo.
         “Proclamar el Reino de Dios” quiere decir anunciar al prójimo –más con ejemplo de vida que con sermones- que estamos en esta vida de paso y que luego de esta vida terrena viene la eterna, previo paso por el Juicio Particular, luego del cual se decide nuestro destino eterno, o el Cielo o el Infierno y que sólo entraremos en el Reino de Dios si vivimos en gracia, si cargamos la Cruz de cada día y si llevamos, en la mente y en el corazón, los Mandamientos y las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña. Proclamar otra cosa que no sea esto, es desvirtuar esencialmente el Reino de Dios.

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