martes, 4 de junio de 2019

“La vida eterna es que te conozcan a ti eterno Dios y tu enviado Jesucristo”



“La vida eterna es que te conozcan a ti eterno Dios y tu enviado Jesucristo” (Jn 17, 1-11a). Todos tenemos experiencia de lo que es la vida terrena, porque todos tenemos experiencia de lo que es el tiempo -medido en segundos, días, horas, etc.- y el espacio -mediante el cual ocupamos un lugar-, características propias de esta vida terrena. Sin embargo, ninguno de nosotros tiene experiencia de vida eterna, porque la vida eterna es substancialmente distinta a la vida terrena. Si no sabemos en qué consiste la vida eterna, nos lo dice Jesús: consiste en conocer al Padre, origen Increado de la Trinidad, y al Hijo Unigénito encarnado, Jesús de Nazareth, su enviado. El conocimiento de ambos conduce a la vida eterna, porque conocer el Ser de Dios Trino implica que Dios hace partícipes de su Vida eterna, absolutamente eterna, a quien lo conozca. Quien se esfuerce por conocer al Padre y al Hijo, en el Amor del Espíritu Santo, ese tal vive la vida eterna, porque al conocer, o al menos intentar conocer a Dios Trino, en este proceso de acercamiento cognoscitivo y afectivo, Dios se da a Sí mismo, porque se deja encontrar por quien lo busca. Y como Dios es un Dios Viviente, un Dios de vivos y no de muertos, quien se acerca a Él, recibe su Vida eterna, aun viviendo en esta tierra. Así lo proclama Pedro: “Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
“La vida eterna es que te conozcan a ti eterno Dios y tu enviado Jesucristo”. El conocimiento del Padre y del Hijo, en el Amor del Espíritu Santo, no es un conocimiento abstracto, sino concreto y real y se da en la oración, en los actos de fe y, sobre todo, en la adoración eucarística y en la Sagrada Comunión Eucarística, porque ahí es donde Dios se brinda con todo su Ser divino y con su Ser divino nos comunica su vida eterna. Quien hace oración, quien comulga en estado de gracia, aunque no se dé cuenta ni se percate de ello, tiene la vida eterna en sí, en su corazón y en su alma, en germen, transmitido por la gracia, la fe, la oración y la comunión eucarística.

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