sábado, 8 de junio de 2019

Domingo de Pentecostés



(Ciclo C – 2019)

Jesús había prometido que enviaría el Espíritu Santo luego de su muerte y resurrección y cumple con lo prometido, soplando el Espíritu Santo, junto al Padre, sobre la iglesia, para Pentecostés: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20, 19-23).
¿Cuál será la función del Espíritu Santo sobre la Iglesia?
Una de las funciones que cumplirá el Espíritu Santo en la Iglesia será la de ser “Alma de la Iglesia”, porque obrará en ella dándole vida, luz y calor, así como el alma hace con el cuerpo humano. Un cuerpo sin alma, no tiene vida, no tiene luz, no tiene calor: está muerto. Del mismo modo, el Espíritu Santo actuará en la Iglesia como “Alma de la Iglesia”, dándole la vida de Dios, la luz de Dios, el calor del Amor de Dios. Una Iglesia sin vida espiritual y sin el calor del Amor divino del Corazón de Jesús, es una Iglesia sin el Espíritu Santo, así como una Iglesia oscura, en el sentido de las herejías: una Iglesia hereje, cismática, desobediente, creadora de novedades, es una Iglesia sin Espíritu Santo.
Otra función del Espíritu Santo es la anticipada por Jesucristo: “El Espíritu Santo os enseñará todo y os recordará todo” (Jn 14, 26), es decir, el Espíritu Santo ejercerá la función de Maestro espiritual y ejercerá la función mnemónica, de memoria de lo dicho por Jesús. Esta función de Maestro no será la de un maestro terreno, sino la de un Maestro celestial, porque no sólo recordará y enseñará lo que Jesús dijo, sino que hará que el alma –y la Iglesia toda- vivan las palabras de Jesús en el sentido sobrenatural en el que Él las pronunció. Por ejemplo, no es lo mismo simplemente recordar que Jesús dijo: “Carguen la Cruz de cada día” y también “amen a sus enemigos”, a efectivamente cargar espiritual y sobrenaturalmente la Cruz de cada día y también amar sobrenaturalmente a los enemigos.
Otra función del Espíritu Santo será el hablar a la Iglesia de Jesús: “les hablará de Mí” (Jn 16, 13). La función magistral  mnemónica del Espíritu Santo en relación a Jesús es la de hacernos saber y comprender que Jesús no es un hombre más entre tantos, ni un hombre santo, ni un profeta, ni el más santo entre los santos: es la de hacernos saber que es Dios Hijo Encarnado, la Segunda Persona de la Trinidad, que actualiza y prolonga su encarnación en la Eucaristía, de modo que la función magistral y mnemónica de Jesús es ante todo eucarística: si Jesús no es Dios Hijo encarnado en el seno virgen de María, entonces la Eucaristía no es Jesús, Dios Hijo encarnado, que prolonga su encarnación en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico.
Para que lleguemos a esta conclusión, el Espíritu Santo nos enseñará y nos hará ver que los milagros que Jesús hizo –multiplicar panes y peces, las pescas milagrosas, resucitar muertos, expulsar demonios, perdonar pecados- son milagros que solo pueden ser hechos por Dios en Persona, ya que ningún hombre y ningún ángel tiene poder para hacer estos milagros: entonces el Espíritu Santo nos hablará de Jesús diciéndonos que es el Hombre-Dios y que si hizo todos estos milagros, es para que creamos que Él es Dios, que Él murió en la Cruz para salvarnos y que subió al cielo y vendrá a buscarnos, al fin de nuestras vidas terrenas, para llevarnos a las eternas moradas del Padre. El Espíritu Santo nos enseñará lo que decimos en el Credo, que Jesús es Dios y esto es de capital importancia para nuestra fe católica y eucarística, porque si verdaderamente Jesús es Dios, entonces la Eucaristía no es un trocito de pan bendecido, sino que es el mismo Jesús, Dios Encarnado, que continúa su Encarnación y la prolonga en la Eucaristía y es por esto que debemos adorar a la Eucaristía, porque la Eucaristía es Jesús, Dios encarnado y glorificado, oculto en apariencia de pan.
El Espíritu Santo nos enseña que la Santa Misa es un misterio sobrenatural que escapa a la comprensión de nuestra razón y que en ella se verifican los misterios principales de la vida de Jesús, ante todo, su muerte en Cruz –por eso se consagran por separado el pan y el vino, para significar la separación del Cuerpo y la Sangre en la Cruz- y por eso se corta un trocito de la Eucaristía ya consagrada, para significar la reunificación del Cuerpo y la Sangre, separados por la muerte, pero reunificados por la Resurrección y así lo que comulgamos no es el Cuerpo muerto de Jesús, sino su Cuerpo vivo, glorioso y resucitado. El Espíritu Santo nos enseña que en la Santa Misa se renueva de modo incruento y sacramental el Santo Sacrificio de la Cruz, pero al mismo tiempo también se renueva y actualiza su gloriosa resurrección y es por eso que comulgamos no su Cuerpo muerto en la Cruz, sino su Cuerpo glorioso y resucitado, el mismo Cuerpo glorioso y resucitado del Domingo de Resurrección.
Además, con el Espíritu Santo viene el perdón de los pecados, perdón que trae en consecuencia dos efectos: la alegría y la paz de Dios al alma: “a los que perdonen los pecados, les quedarán perdonados”. Es decir, otra función del Espíritu Santo es la de dar la alegría de Dios a la Iglesia: no se trata de la alegría boba, sin sentido, del mundo, o una alegría fundada en motivos humanos: es la alegría que brota del Ser divino trinitario de Jesús que, en cuanto Dios, es Alegría infinita y así lo testimonia el Evangelio: “Los discípulos se llenaron de alegría”. Esta Alegría infinita la comunica Jesús a su Iglesia ante todo en la Eucaristía, pero esta alegría no es mundana, ni implica el estar riéndose de todo y por cualquier motivo: es la alegría que sobreviene al alma por poseer al Espíritu de Dios, que es Alegría infinita en sí mismo y es la Alegría que sobreviene porque Cristo en la Cruz nos quitó aquello que nos quitaba la unión con Dios, el pecado, y nos dio la vida divina con su gracia.
Con la Alegría que nos da el Espíritu Santo, viene también la paz del alma, la paz que sobreviene porque el pecado fue quitado por la gracia de Cristo y en su lugar nos dio la vida divina y la paz de Dios, al ser quitado lo que enemistaba al alma con Dios, el pecado: “La paz esté con ustedes”.
El Espíritu Santo soplado por Jesús y el Padre en Pentecostés viene sobre la Iglesia y sobre las almas como “Viento” y como “Fuego”: “(…) estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (cfr. Hch 2, 1-11).
Viene como Fuego de Amor divino para que nuestros corazones, secos, negros, duros y fríos como el carbón, al contacto con el Espíritu Santo, se conviertan en otras tantas brasas incandescentes, que ardan al contacto con las llamas del Divino Amor y viene como Viento para que ese Fuego que enciende nuestros corazones en el Amor de Dios no se apague, así como el asador debe soplar sobre las brasas para que éstas no pierdan su incandescencia y no se apaguen. De la misma manera, el Espíritu Santo viene como Fuego para que los corazones, convertidos de carbón negro en brasas incandescentes, se mantengan siempre en el Divino Amor y no decaigan en la caridad y en la misericordia, haciéndolos arder cada vez más en el Fuego del Divino Amor.
Otra función del Espíritu Santo es la de santificar las almas, por eso es llamado “Santificador” y esta función la cumple quitando el pecado y concediendo la gracia santificante, que nos otorga al mismo tiempo la divina filiación, convirtiéndonos en hijos adoptivos de Dios, concediéndonos una dignidad más grande que la de los ángeles, porque el don de la filiación no es meramente nominal, sino que es la filiación divina con la cual el Hijo de Dios es Dios Hijo desde toda la eternidad.
Otra función del Espíritu Santo, ligada a la santidad, es la de convertir nuestras almas y cuerpos en templos del Espíritu Santo y nuestros corazones en altares y sagrarios en donde se adore única y exclusivamente a Jesús Eucaristía.
Finalmente, el Espíritu Santo nos unifica a nosotros, que somos miembros del Cuerpo de Cristo, en un solo cuerpo y en un solo espíritu con Cristo, así como el alma unifica a todos los órganos en un solo cuerpo. Esta unificación de los cristianos en una misma fe y en una misma caridad es señal de que el Espíritu Santo está en las almas. Como dice Jesús, Él envía el Espíritu Santo para que los cristianos seamos “uno en el Amor, como Él y el Padre son uno en el Amor”, en el Espíritu Santo: “Que sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté en ellos” (cfr. Jn 17, 20-26). Este permanecer en la unidad como signo de la Presencia del Espíritu Santo se verá en todo tiempo, pero de modo especial en los últimos tiempos, antes de que Jesús vuelva en su gloria y es una unión en el Amor de Dios, porque es una unión en el Espíritu Santo, que es Amor. Jesús pide que todos seamos “uno”, pero unos como “Él y el Padre son uno” y Él y el Padre son uno en el Amor, ya que es el Espíritu Santo el que los une a ambos. Si alguien en la Iglesia no tiene amor por los hermanos, ése tal no tiene el Espíritu de Dios con él. Jesús y el Padre están unidos en el Espíritu Santo, en el Amor y es en ése Amor en el que se tiene que dar la unidad de los cristianos: “Que sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté en ellos”.
Es para que los cristianos estemos unidos en el Amor de Cristo es que Jesús envía el Espíritu Santo en Pentecostés, de modo que los cristianos, que formamos su Cuerpo Místico, estemos unidos por su Espíritu en su Cuerpo y formemos una unidad en el Amor.
“Que sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté en ellos”. Esta unidad en el Amor se realiza de modo perfecto por medio de la Eucaristía, porque al comulgar la Eucaristía, el alma recibe la efusión del Espíritu por Jesús, y es por eso que se puede decir que cada comunión eucarística es un “mini-Pentecostés”, porque Jesús sopla su Espíritu sobre el alma que comulga –cumpliéndose el pedido de Jesús: “el Amor con que me amaste, el Espíritu Santo, esté en ellos”-, y así son unidos los cristianos en el Amor al Padre, al recibir el Cuerpo Sacramentado de Jesús.
         Por estos motivos es que Jesús envía al Espíritu Santo en Pentecostés, el principal de todos, para que los católicos vivamos unidos al Cuerpo de Cristo por un mismo Espíritu, el Espíritu Santo, el Amor de Dios.


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