martes, 11 de junio de 2019

Fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote



         En las ceremonias del Viernes Santo, día de la muerte de Cristo en la Cruz, la Iglesia demuestra, por medio de su liturgia, el grado de tristeza y duelo en el cual se encuentra inmersa. En efecto, cuando el sacerdote ministerial se postra frente al altar, despojado de sus revestimientos, está expresando el luto por el que atraviesa, porque ha muerto en la Cruz el Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo. Y si el Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo ha muerto en la Cruz, entonces todos los sacerdotes ministeriales, que participan de su poder sacerdotal, quedan reducidos a la nada y ésa es la razón de su postración ante el altar. Esa postración significa que la Iglesia Católica, al haber perdido por la muerte en Cruz al Sumo y Eterno Sacerdote, no tiene manera de realizar el Santo Sacrificio en Cruz y es la razón por la cual el Viernes Santo es el único día del año en el que no se celebra la Santa Misa.
         Sin Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, que realiza el sacrificio de una vez y para siempre de su Humanidad Santísima en el Ara de la Cruz -Cruz que es Él mismo, porque Él extiende sus brazos en forma de Cruz-, entonces la Iglesia Católica queda absolutamente sin poder de realizar el Santo Sacrificio del Altar. Es Cristo, Sacerdote de la Nueva Alianza, quien comunica de su poder a los sacerdotes ministeriales y es porque estos reciben de Cristo el poder de convertir las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, que pueden realizar el milagro de la transubstanciación en cada Santa Misa.
         No recordemos a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote solo una vez al año, sino en cada Santa Misa -como así también en la confección de cada sacramento-, porque si no fuera que Él comunica de su poder sacerdotal a los sacerdotes, nadie, ni el Papa siquiera, tendrían el poder de convertir el pan y el y vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Cada Eucaristía debe ser, por lo tanto, un momento de acción de gracias y adoración al Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, por cuyo poder participado a los sacerdotes ministeriales recibimos los sacramentos, principalmente, la Sagrada Eucaristía.

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