(Domingo
II - TP - Ciclo C – 2022)
El segundo Domingo de Pascuas se llama también “Domingo in
albis” o “Domingo de la Divina Misericordia”. En este Domingo, por expreso
pedido de Nuestro Señor Jesucristo a Santa Faustina Kowalska, se celebra a la
Divina Misericordia: “Quiero que mi Misericordia sea honrada en toda la Iglesia
el segundo domingo de Pascuas”.
La razón por la cual se debe honrar, alabar y adorar a la
misericordia de Dios es que Dios es infinita misericordia, una misericordia sin
límites, infinitamente más grande que el más grande de los pecados del hombre. Ahora
bien, lo que debemos tener en cuenta es que, aunque esta misericordia es
infinita en Sí misma, tiene un límite y es el tiempo que dura nuestra vida aquí
en la tierra. En otras palabras, cuando nuestra vida terrenal termina, se
termina el tiempo de la misericordia, para dar comienzo a la Divina Justicia. Esta
vida terrena es el tiempo en el que actúa la Divina Misericordia, sin importar
la gravedad y cantidad de nuestros pecados, basta con que nos arrepintamos de
nuestro mal obrar y acudamos al Sacramento de la Confesión: “Di a los pecadores
que mi Misericordia es infinita”. Pero la Misericordia Divina termina cuando
termina esta vida terrena, para dar paso a la Justicia Divina; el día de
nuestra muerte es el anticipo del Día del Juicio Final, el Día de la Ira de
Dios, Día en el que los impíos, los impenitentes, los que no se arrepienten de
sus pecados, probarán el amargo y doloroso saber de la Justicia Divina. En ese
día, dice la Virgen a Sor Faustina, hasta los ángeles del Cielo temblarán ante
la Ira de Dios: “En el Día del Juicio Final temblarán hasta los ángeles del
Cielo”. Mientras vivimos en esta vida terrena, la Misericordia Divina es
infinita, pero cuando esta vida termina, comienza la Justicia Divina, por eso
es necesario que acudamos al Sacramento de la Confesión, para recibir el perdón
de nuestros pecados y así ser protegidos por la Divina Misericordia en el Día
del Juicio Final.
Este otro aspecto de Dios debemos tenerlo bien presente,
para que no nos confundamos eternamente: Dios es infinita misericordia, pero
también es infinita justicia. Si Dios no fuera Justo, es decir, si fuera
injusto, no sería Dios, porque la injusticia es una imperfección y Dios es
Perfecto por definición. Dios es Justicia Infinita y quien no quiera pasar por
la Misericordia Divina, deberá pasar por la Justicia Divina y así lo dice
Jesús: “Quien no quiera pasar por mi Misericordia, deberá pasar por mi Justicia
Divina”. Y los rayos de Sangre y Agua que brotan del Corazón traspasado de
Jesús son el refugio santo contra la Ira de Dios: “El que se ampare en mi
Misericordia, no sufrirá el rigor de mi Justicia”.
Es un gravísimo error en los cristianos pensar que Dios es
Pura Misericordia y que no castiga a nadie; es un gravísimo error pensar que
Dios nos lleva a todos al Cielo, aun si no nos arrepentimos de nuestros
pecados: nadie entrará al Cielo obligado; nadie ingresará en el Reino de Dios a
la fuerza y la impenitencia, el no arrepentirse del pecado, del mal cometido,
es un signo de que la persona no quiere entrar en el Reino de Dios; es un signo
de que la persona prefiere el pecado antes que la gracia santificante que Jesús
nos ofrece desde su Corazón traspasado.
Por último, la imagen de Jesús Misericordioso es una señal
de que el tiempo de la Divina Misericordia se está acabando para la humanidad,
sumergida en la tiniebla del pecado, de la muerte y del ocultismo y de que está
a las puertas el Día de la Ira de Dios. Así le dice Jesús a Santa Faustina: “Esta
imagen es la última tabla de salvación para el hombre de los últimos tiempos (…)
Anunciarás al mundo mi Segunda Venida (…) Ya no habrán más devociones hasta el
fin”. La imagen de Jesús Misericordioso anuncia que las puertas de la Divina
Misericordia todavía están abiertas, pero también anuncian que están a punto de
cerrarse y quien no quiera refugiarse en la Divina Misericordia, deberá sufrir
para siempre el peso y la furia de la Ira Divina. Mientras hay tiempo, hay
Misericordia; no desperdiciemos el tiempo y acudamos cuanto antes al refugio
que nos protege de la Ira de Dios, el Corazón Misericordioso de Jesús.
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