“Jamás
nadie ha hablado como este hombre” (Jn
7, 40-53). A medida que nos acercamos a la Pasión, se van poniendo de
manifiesto el contenido íntimo de los corazones de todos los que participarán
de ella: en unos, quedarán al descubierto en su malicia y perversidad, como es
el caso de los doctores de la ley, los escribas y los fariseos; en otros, se
reflejará el deseo sincero de conversión a Dios luego de descubrir en Jesús
palabras de una sabiduría que no vienen de este mundo sino del cielo, como es
el caso de los guardias del templo, que no apresan a Jesús por quedar
sorprendidos por su sabiduría: “Jamás nadie ha hablado como este hombre”.
La
perversión de los fariseos, de los escribas y de los doctores de la ley se
manifiesta en sus intenciones: quieren apresar a Jesús para llevarlo a juicio,
pero con una sentencia ya dictada, por lo que el juicio es solo una pantalla
para cumplir su objetivo principal, que es el de matar a Jesús, tal como lo
dice en una parte del Evangelio: “Buscaban la forma de matarlo”.
Finalmente
lo conseguirán, sobre la base de calumnias y falsas acusaciones, ayudados por
el traidor Judas Iscariote.
Entonces,
así como en tiempos de Jesús los corazones se pusieron de manifiesto, a favor o
en contra de Jesús –a favor quienes con un corazón sincero amaban la Verdad y
la reconocían en la sabiduría de Jesús y en contra aquellos que obstinadamente
persistían en el pecado y deseaban matar a Jesús-, así también, al final de los
tiempos, cuando sea la Iglesia, el Cuerpo Místico de Jesús, la que sufra la
Pasión de su Cabeza, Cristo Jesús, así también se pondrán de manifiesto quienes
están destinados a la eterna salvación y quienes están destinados a la eterna
perdición, todos los que obran el mal y la iniquidad sin deseos de arrepentimiento.
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