“El
Espíritu Santo les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio” (cfr. Jn
16, 5-11). Cuando el Espíritu Santo sea enviado por Jesús luego de su Ascensión,
concederá a sus discípulos tres grandes beneficios: dará testimonio de la divinidad
de Jesús; les dará abundantemente sus gracias y finalmente, espiritualizará el
amor de los apóstoles hacia Jesús.
Además,
el Espíritu Santo acusará al mundo y le argüirá de agravio en tres graves puntos:
de pecado, de justicia y de juicio. El mundo pensaba que Jesús era culpable y
en realidad Él era inocente; creía que la justicia estaba de su parte y el
Espíritu Santo les hará ver que cometieron una gran injusticia al condenar a
muerte al Inocente[1].
El Espíritu Santo dará claro testimonio de que Jesús era el Mesías y al obrar
así hará ver a los judíos que su pecado es un pecado de incredulidad, un pecado
contra la luz. Por la acción del Espíritu Santo es que tres mil judíos en
Jerusalén reconocieron la divinidad de Jesús el Domingo de Pentecostés (Hch
2, 37-41) y cualquier conversión de un enemigo de Cristo supondrá la misma
acción del Espíritu Santo y la misma confesión de su divinidad.
En segundo
lugar, el Espíritu Santo atestiguará que Jesús no es un delincuente el que
subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios. Cuando prediquen los
apóstoles y cuando abunden los carismas y crezca la Iglesia, aparecerá claro
que la justicia y la santidad pertenecían a Jesús y no a los judíos que le
condenaron a muerte como un malhechor.
En tercer
lugar, se verá claro que en la batalla entre Cristo y el príncipe de este
mundo, no es Cristo el que ha sucumbido al juicio adverso, porque Satanás ha
sido herido con una sentencia de condenación y ha sido arrojado fuera de sus
dominios. La destrucción de la idolatría y la expulsión de los demonios de los
poseídos será una prueba de esto.
Por último,
y aunque no está en el Evangelio, la fe de Jesucristo en la Eucaristía es obra
del Espíritu Santo y esto lo que Jesús quiere decir cuando dice que “cuando
venga el Espíritu Santo, Él los guiará a la verdad completa”.
Quien reconoce
que Cristo es Dios, que fue crucificado injustamente y que por eso su muerte
fue un deicidio; quien reconoce que Satanás es solamente un ser inferior, un
ángel caído y que de ninguna manera se le puede rendir culto; quien reconoce
que la Eucaristía es Cristo Dios, ese tal está iluminado por el Espíritu Santo.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento,
Tomo III, Ediciones Herder, Barcelona 1957.
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