martes, 21 de mayo de 2024

“Los discípulos no comprendían lo que Jesús les decía”

 


“Los discípulos no comprendían lo que Jesús les decía” (Mc 9, 30-17). Jesús les revela a sus discípulos, en una sola frase, la esencia de su misterio pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual habría de salvar a la humanidad: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”. Sin embargo, estos, enfrascados en discusiones mundanas y alejadas de la santidad divina, se muestran incapaces de entender lo que Jesús les está revelando proféticamente y así lo dice el Evangelio: “Los discípulos no comprendían” lo que Jesús les decía.

¿Por qué no comprendían?

Porque habían cerrado sus mentes a la luz de la gracia santificante de Jesús, luz divina y sobrenatural que permite, al menos, contemplar los misterios de la vida de Jesús; la luz divina comunicada por Jesús al intelecto, permite comprender que sus signos, sus milagros -multiplicación de panes, resurrección de muertos, expulsión de demonios-, son obras que solo Dios puede hacer y que si Él dice de Sí mismo que es Dios y hace obras que solo Dios puede hacer, entonces Él es Quien dice Ser, Dios de infinita majestad y bondad y por lo tanto, también es verdad la profecía que sobre Él mismo acaba de hacer, que sufrirá muerte de cruz y luego resucitará. Pero los discípulos cometen, al menos en este momento, el mismo error de los fariseos: se niegan a querer reconocer la divinidad de Jesús, no dan importancia a los milagros de Jesús y en cambio se dejan arrastrar por sus pasiones humanas y mundanas, que los llevan a discutir acerca de cuál de ellos es el más grande. Este tipo de discusiones, movidas por el orgullo y la soberbia, no proviene nunca del Espíritu Santo: la soberbia proviene tanto del corazón humano contaminado por el pecado, como de la participación del hombre en la soberbia del Ángel caído, Satanás. Ninguno ha comprendido lo que Jesús les pedía, que debían ser “mansos y humildes de corazón”, como es Él.

En la actualidad, sucede lo mismo, análogamente, con la Iglesia Católica y su Magisterio Eucarístico: la Iglesia enseña a los bautizados que Jesús está Presente, en Persona, real, verdadera y substancialmente, en la Sagrada Eucaristía, pero los bautizados, enceguecidos por las luces multicolores de neón del mundo y aturdidos por el ruido ensordecedor del mundo sin Dios, se dejan arrastrar por los falsos atractivos mundanos y así cometen el mismo error de los discípulos: cierran voluntariamente la inteligencia y la voluntad a las enseñanzas de la Iglesia sobre la Eucaristía, abandonan la Iglesia y se internan en las siniestras oscuridades del mundo sin Dios.


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