“Los discípulos no comprendían lo que Jesús les decía”
(Mc 9, 30-17). Jesús les revela a sus discípulos, en una sola frase, la
esencia de su misterio pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual habría
de salvar a la humanidad: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de
los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”. Sin embargo,
estos, enfrascados en discusiones mundanas y alejadas de la santidad divina, se
muestran incapaces de entender lo que Jesús les está revelando proféticamente y
así lo dice el Evangelio: “Los discípulos no comprendían” lo que Jesús les
decía.
¿Por qué no comprendían?
Porque habían cerrado sus mentes a la luz de la gracia
santificante de Jesús, luz divina y sobrenatural que permite, al menos,
contemplar los misterios de la vida de Jesús; la luz divina comunicada por
Jesús al intelecto, permite comprender que sus signos, sus milagros
-multiplicación de panes, resurrección de muertos, expulsión de demonios-, son
obras que solo Dios puede hacer y que si Él dice de Sí mismo que es Dios y hace
obras que solo Dios puede hacer, entonces Él es Quien dice Ser, Dios de
infinita majestad y bondad y por lo tanto, también es verdad la profecía que
sobre Él mismo acaba de hacer, que sufrirá muerte de cruz y luego resucitará. Pero
los discípulos cometen, al menos en este momento, el mismo error de los
fariseos: se niegan a querer reconocer la divinidad de Jesús, no dan
importancia a los milagros de Jesús y en cambio se dejan arrastrar por sus
pasiones humanas y mundanas, que los llevan a discutir acerca de cuál de ellos
es el más grande. Este tipo de discusiones, movidas por el orgullo y la
soberbia, no proviene nunca del Espíritu Santo: la soberbia proviene tanto del
corazón humano contaminado por el pecado, como de la participación del hombre
en la soberbia del Ángel caído, Satanás. Ninguno ha comprendido lo que Jesús les
pedía, que debían ser “mansos y humildes de corazón”, como es Él.
En la actualidad, sucede lo mismo, análogamente, con
la Iglesia Católica y su Magisterio Eucarístico: la Iglesia enseña a los
bautizados que Jesús está Presente, en Persona, real, verdadera y
substancialmente, en la Sagrada Eucaristía, pero los bautizados, enceguecidos por
las luces multicolores de neón del mundo y aturdidos por el ruido ensordecedor
del mundo sin Dios, se dejan arrastrar por los falsos atractivos mundanos y así
cometen el mismo error de los discípulos: cierran voluntariamente la
inteligencia y la voluntad a las enseñanzas de la Iglesia sobre la Eucaristía,
abandonan la Iglesia y se internan en las siniestras oscuridades del mundo sin
Dios.
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