sábado, 11 de mayo de 2024

Solemnidad de la Ascensión del Señor

 



(Ciclo B – 2024)

         Para poder comprender qué es la Ascensión del Señor, debemos reflexionar, ante todo, en su misterio pascual de muerte y resurrección, puesto que la Ascensión es la continuación y consumación de su sacrificio en cruz[1]. En otras palabras, no podemos entender la Ascensión si no la contemplamos en la totalidad del misterio sacrificial de Jesucristo en la cruz.

         Y no solo la Ascensión, sino toda la vida, toda la existencia terrena de Cristo es asumida, según la idea de Dios, de un modo esencial, en su supremo culto sacrificial. Toda su vida, desde su Concepción y Encarnación, hasta su Muerte, Resurrección y Ascensión, están incluidas y tienen por centro y por eje el Santo Sacrificio del Calvario. Al Encarnarse en la naturaleza humana, la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo de Dios, de dignidad y majestad infinitas, se apropió de un objeto que había de sacrificar, el alma y el cuerpo humanos de Jesús de Nazareth y lo unió hipostáticamente a su Persona Divina; al hacer esto, al unir al cuerpo y al alma de Jesús a su Persona Divina, el Hijo de Dios le comunicó a la naturaleza humana de Jesús de Nazareth un valor de sacrificio infinito; mediante su Pasión y muerte en cruz -las cuales las tuvo presentes desde el momento mismo de la Encarnación-, consumó la inmolación de este objeto de su sacrificio, esto es, su cuerpo y su alma humanos; mediante su Resurrección y glorificación transformó esta naturaleza humana en holocausto, en prenda de gloria ofrecida a la Trinidad para mayor gloria y alabanza de Dios Uno y Trino y mediante su Ascensión lo subió al cielo ante el acatamiento de su Padre, para que le perteneciese al Padre esta naturaleza humana glorificada que, como propiedad del Hijo, Éste le ofrecía al Padre, para que el Padre tome posesión de su Cuerpo y su Alma como prenda eterna del culto más perfecto y agradable que jamás pudiera recibir.

         Ahora bien, el sacrificio de Cristo es un sacrificio personal pero ante todo sacerdotal, porque Él es el Sumo y Eterno Sacerdote, de cuyo sacerdocio participan los sacerdotes ministeriales; sacerdotal significa que el sacerdote es el que sacrifica como delegado y en nombre de toda la humanidad, siendo instituido por Dios mismo y ofrece el sacrificio en nombre de los hombres; así el sacerdote se coloca entre Dios y los hombres, haciendo llegar a Dios el culto de la humanidad y entregando de parte de Dios a la humanidad los frutos del sacrificio. Y así como el sacerdote en su sacrificio se sacrifica a sí mismo, así también la humanidad, mediante la participación en el sacrificio del sacerdote ha de representar el sacrificio de sí misma, es decir, se sacrifica a sí misma al unirse al sacrificio del Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo, por medio de la Santa Misa.

         Jesucristo es el representante del linaje, de la raza humana, por haber salido del seno de la misma, por haber tomado de la raza humana el cuerpo y la sangre que había de sacrificar a Dios. La carne y la sangre que Él inmoló en la cruz el Viernes Santo y que fueron sublimadas por el fuego del Espíritu Santo el Domingo de Resurrección, eran al mismo tiempo nuestra carne y nuestra sangre y por eso no fue solamente Cristo, sino todo el linaje humano que a Él se une por la gracia santificante que dan los sacramentos, quien en la carne y la sangre de Cristo ofreció a Dios la prenda de valor infinito y la elevó, en la Ascensión, al cielo.

             La carne y la sangre que habían sido contaminadas por la impureza y la mancha del pecado original desde Adán, ahora son elevadas, sublimadas, purificadas, santificadas por el Espíritu Santo en la Resurrección de Cristo, al Ascender Nuestro Señor a los cielos.

         Entonces, en la Ascensión de Cristo, debemos ver a la Víctima Perfectísima, el Cordero Inmaculado, que, sublimado por el fuego del Espíritu Santo, es ofrecido a Dios como suave perfume de incienso, que se eleva al cielo así como el humo del incienso, quemado por el fuego de la brasa incandescente, se eleva al cielo. Pero también nosotros podemos ser parte de esa ofrenda agradabilísima a Dios, por medio de la unión con Cristo a través de la gracia santificante concedida por los sacramentos, de ahí la importancia de la recepción de los mismos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía. Si no nos unimos a Cristo por los sacramentos, nunca seremos ascendidos a los cielos; peor aún, seremos precipitados en el Abismo en donde el fuego nunca se apaga; pero si nos unimos a Cristo por la fe, el amor y los sacramentos, entonces seremos ascendidos con Él al cielo, para ser una eterna ofrenda de amor, al Padre, por el Hijo, en el Amor del Espíritu Santo.



[1] Cfr. Mathias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 460ss.


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