viernes, 20 de octubre de 2023

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”

 


(Domingo XXIX - TO - Ciclo A – 2023)

         “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 15-21). En este Evangelio, los fariseos tratan de atrapar a Jesús con una pregunta. Para poder entender un poco mejor lo que ocurre entre Jesús y sus enemigos, es necesario colocar la escena en el contexto que la caracteriza. Por un lado, no hay que olvidar que Palestina estaba ocupada por un imperio extranjero, el imperio romano, por lo cual se debía pagar obligatoriamente un impuesto a Roma; de ahí la pregunta que harán los fariseos acerca de si debe pagar o no el tributo al César. Por otro lado, quienes van a preguntar a Jesús, son estudiantes del rabinato, es decir, son integrantes religiosos, que no han alcanzado todavía el grado de rabinos; estos van acompañados por el grupo de los herodianos, una secta política y no religiosa, partidarios de la dinastía de Herodes el Grande, los cuales quieren ver restablecido el poder político del rey de los judíos desde el punto de vista terreno, el rey Herodes. Es importante tener en cuenta que los fariseos, que eran antiherodianos, no compartían las creencias religiosas de los fariseos, o sea, eran enemigos entre sí; sin embargo, a pesar de esta enemistad, los dos grupos coincidían en su táctica de sumisión y obediencia transitoria a Roma y su imperio y puesto que los dos grupos -fariseos y herodianos- estaban satisfechos con este status quo, con esta situación de las cosas, los dos también estaban interesados en sofocar o reprimir cualquier movimiento que pudiera aparecer como amenazante de esta situación de conformidad con la sumisión a Roma.

Ambos grupos comienzan su interpelación a Jesús con un cumplido, con un halago, pero no porque realmente pensaran que tenían esta consideración a Jesús, sino para desarmar emocionalmente a su interlocutor -Jesús- tratando desde el inicio de ponerlo de su lado. Como saben que Jesús es un Maestro religioso que tiene independencia de juicio -no se deja arrastrar por las mentiras de ninguno-, tratan de sonsacar, de Jesús, una declaración que rompiera el status quo, el objetivo de estos dos grupos el de hacer decir algo a Jesús que fuera contra el Imperio Romano, con lo cual tendrían algo para acusarlo ante las autoridades romanas, como, por ejemplo, del delito de conspiración y de rebelión contra las autoridades romanas. Insisten tendenciosamente en la bien conocida independencia de juicio del Maestro y su franqueza frente al poder constituido. Insistiendo en esto, parece como si esperasen una declaración antirromana por parte de Jesús.

El uso de la palabra “tributo” parece abarcar, en este pasaje, no solo un impuesto, sino todos los impuestos que han de ser pagados por los judíos al poder civil, dominante, los romanos. La pregunta que le hacen los fariseos y los herodianos es hecha con total mala fe, puesto que hacía mucho tiempo que fariseos y herodianos habían acomodado sus conciencias al pago del tributo -en otras palabras, le van a preguntar a Jesús si se debe pagar el tributo a Roma, cuando ellos ya han decidido, desde hace tiempo, que sí se puede pagar; en consecuencia, le y plantean a Jesús un dilema. Si Jesús les a aconseja no pagarlo, que era la respuesta que ellos esperaban, para poder así acusarlo ante las autoridades romanas, acudirían de inmediato ante los romanos para acusarlo de sedición contra el imperio. Esta situación había ya ocurrido con el pseudomesías Judas el galileo, el cual, rebelándose contra el pago del tributo, había sido abatido por los romanos, hacía unos veinte años antes, el 7 d. C. y esta situación es la que los judíos quieren que se repita. La otra respuesta posible, es que aconsejara pagar el tributo, con lo cual vería su liderazgo y su imagen de Mesías perjudicadas ante el pueblo, puesto que para el pueblo el mesianismo es interpretado en un sentido terrenal, en el sentido de independencia del yugo extranjero. Nuestro Señor, conociendo la falsedad de la pregunta y la doble trampa que implica, podía negarse a responder, pero no lo hace.

         Como otras veces, pregunta a sus opositores para que contribuyan a su propia ruina y le para esto, le muestran un denario de plata, la moneda romana con la que era muy frecuente pagar las contribuciones. La moneda era probablemente de Tiberio (14-37 d. C.), con la cabeza laureada de este emperador, en el anverso, y la inscripción: “Ti (berius) Caeser Divi Aug (usti) F(ilius) Augustus”. La lógica de Jesús es que, la moneda, como se ve claramente, procede del César, es del César y es natural que deba serle “devuelta”. De esta manera, Jesús coloca a las transacciones civiles en un plano y a los derechos de Dios en otro, con lo cual no existe entre ambos ningún antagonismo inevitable, con tal que (como sucedía en el caso de las relaciones de Roma con los judíos) las exigencias políticas no obstaculicen los deberes de los hombres para con Dios. La respuesta es sencillísima, pero asombra a los adversarios porque ni siquiera habían pensado en el sencillo principio de donde brota. El mesianismo para ellos era inevitablemente un movimiento político y su dilema resultaba exhaustivo y fatal. Lo que ellos no tenían en cuenta es que la naturaleza del mesianismo de Nuestro Señor es del orden espiritual, con lo cual suministra la tercera alternativa, que consiste no en un compromiso, sino en una obligada delimitación de esferas de competencias: “Al César lo que es del César; a Dios, lo que es de Dios”. Con esta respuesta, Jesús desarma intelectualmente a sus opositores y desarma también la trama que le habían tendido: según ellos, si respondía que sí había que pagar el tributo, entonces era culpable del delito de sedición y de resistencia a la autoridad civil, en este caso el Imperio Romano; si respondía que sí había que pagar, entonces lo acusarían ante sus seguidores, diciéndoles que su Maestro era un servidor de Roma y no de Israel, con lo cual buscaban debilitar la fe que los discípulos tenían en Él y así disminuir en gran número a quienes se sumaban a Cristo.

         Dada esta respuesta de Jesús y puesto que es la respuesta para nosotros, debemos entonces preguntarnos qué es lo que le corresponde al César y qué es lo que le corresponde a Dios, en nuestra vida personal. Al César, entendido como la autoridad civil, el gobierno actual, el régimen de gobierno, etc., le corresponde lo que es del César, es decir, los impuestos, tomados en sentido general, pero esto, también tiene sus límites, según la doctrina católica, como por ejemplo: no se deben pagar impuestos excesivamente gravosos, o a políticos corruptos, o impuestos que financien actividades homicidas y anticristianas, como el aborto, la eutanasia, la ideología LBGBT, o que financien cualquier actividad política dirigida a la sociedad pero que sea contraria a los principios cristianos, como las actividades de las ideologías anticristianas como el socialismo, el comunismo, el liberalismo, la masonería, etc. Nada de este debe solventar el verdadero cristiano, puesto que está incurriendo en falta con Dios. Si el impuesto es justo, regresa en obras para la sociedad y no es contrario a la doctrina de Cristo, entonces sí se debe pagar.

         ¿Y qué es lo que debemos dar a Dios? A Dios, lo que es de Dios: nuestro acto de ser y nuestra existencia, porque es nuestro Creador; debemos darle nuestra alma y nuestro cuerpo, porque nos rescató al precio de su Sangre Preciosísima derramada en la Cruz, convirtiendo nuestro corazón en sagrario viviente para la Sagrada Eucaristía y nuestro cuerpo en templo del Espíritu Santo. Puesto que somos suyos, somos de su pertenencia, somos más hijos de Dios que de los propios padres biológicos, debemos entregarle nuestros pensamientos, siempre elevados a Él, pensamientos que deben ser de adoración hacia la Trinidad, de agradecimiento, de reparación; pensamientos que deben ser, para con el prójimo, de perdón, de misericordia, de paz, de comprensión, de caridad; a Dios le pertenecen nuestras palabras, que siempre deben ser de bondad, de misericordia, de perdón, porque deben surgir del corazón renovado y purificado por la gracia; a Dios le pertenecen nuestras obras, las cuales deben ante todo demostrar la fe, ya que la fe sin obras está muerta y a Dios le pertenece nuestra fe, la cual debe demostrarse con obras de misericordia. Solo así daremos "al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios".

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