Jesús enseña a sus discípulos a rezar el Padre Nuestro (cfr. Lc 11, 1-4), pero nosotros, además de rezarlo, al Padre Nuestro lo vivimos en la Santa Misa, porque cada
una de sus peticiones, se cumple en la Santa Misa. Veamos de qué manera.
“Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu
Nombre”: en el Padre Nuestro pedimos que el Nombre de Dios sea santificado,
pero en la Santa Misa, verdaderamente santificamos el nombre de Dios, porque
quien lo hace en nombre nuestro, es Jesucristo, al inmolarse en el santo
sacrificio del altar, para santificar y adorar el nombre santo de Dios, Uno y
Trino. Entonces, lo que en el Padre Nuestro es una petición, la santificación del
nombre santo de Dios Uno y Trino, en la Santa Misa, por el sacrificio del
altar, realizado por Jesús, es una realidad sagrada, porque Jesús se sacrifica
en el altar eucarístico para santificar el Nombre de Dios, Uno y Trino. Así tenemos que la primera petición del
Padre Nuestro, la santificación del nombre de Dios, se lleva a cabo de modo
perfectísimo, en la Santa Misa.
“Venga a nosotros tu Reino”: en el Padre Nuestro, pedimos a
Dios que su Reino venga a nosotros; en la Santa Misa, ese pedido se hace
realidad, porque por la transubstanciación, más que venir a nosotros el Reino
de Dios, baja del cielo, el Rey de los cielos, el Hombre-Dios Jesucristo, Aquel
a quien los cielos no pueden contener, porque por la transubstanciación, el pan
y el vino se convierten en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de
Nuestro Señor Jesucristo.
“Hágase tu Voluntad, así en la tierra, como en el cielo”: en el Padre Nuestro pedimos que se haga la Voluntad de Dios, en la tierra como en el cielo, y esto
se cumple a la perfección en la Santa Misa, porque el altar eucarístico es el
punto de fusión que une al cielo con la tierra -en la Santa Misa el altar no está hecho de cemento, ni de madera: es una parte del cielo-, y allí se cumple a la
perfección la Voluntad del Padre, porque en el altar eucarístico se renueva, de
modo incruento, el Santo Sacrificio de la cruz, que estampa su poder divino en
las especies eucarísticas; de esta manera, el Sacrificio de la Cruz se hace presente en la tierra, en
su forma y en su virtud, y al mismo tiempo, como este mismo y Único Santo Sacrificio de la
Cruz, está Presente en el Altar del cielo, eternamente, ante la majestad de
Dios, también se hace Presente la virtud del Sacrificio de la Cruz en los
cielos, y así la Voluntad de Dios, que se manifiesta en el Santo Sacrificio de
la Cruz, se hace Presente en el altar eucarístico, y por él, se manifiesta en
la tierra y en los cielos. Así, si en el Padre Nuestro pedimos que se haga la Voluntad
de Dios, en la Santa Misa, esa Voluntad se cumple cabal y perfectamente.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”: en Padre Nuestro
pedimos a Dios que nos dé el pan de cada día; en la Santa Misa, Dios nos provee
el pan material, porque por su Divina Providencia, nos concede lo necesario
para el sustento del cuerpo, pero sobre todo, nos concede el Pan del espíritu,
el alimento para el alma, porque hace llover el Maná Verdadero, el Pan Vivo
bajado del cielo, el Pan de Vida eterna, el Cuerpo resucitado y glorificado de
su Hijo Jesús, que nos concede la vida eterna, la Eucaristía. Si en el Padre
Nuestro pedimos el pan de cada día, en la Santa Misa, obtenemos el Pan de Vida
eterna, la Eucaristía.
“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos perdone
nuestras ofensas, y nos comprometemos a perdonar a quienes nos hayan ofendido;
en la Santa Misa, Dios nos otorga el sello del perdón, la Sangre de su Hijo
Jesús, porque en la Santa Misa, Jesús renueva, de modo incruento, su sacrificio
en cruz, por el cual nos perdona nuestros pecados, y la prueba del perdón de
los pecados es su Sangre derramada en la cruz y recogida en el cáliz
eucarístico, de modo que la petición del perdón de nuestras ofensas y pecados
está ya escuchada y respondida de modo afirmativa, de parte de Dios, y el signo
de la respuesta positiva a nuestra petición es el cáliz eucarístico, repleto
con la Sangre de su Hijo Jesús. Por eso es que no tenemos excusas para no
perdonar a nuestros enemigos, porque Jesús ha derramado su Sangre para
perdonarnos, para darnos el Amor del Padre, para que el Padre no descargue el
peso de la ira de la Justicia Divina sobre nosotros, y ésa es la razón por la
cual no tenemos justificativos para no perdonar a nuestros más encarnizados
enemigos, aún si estos enemigos cometieran contra nosotros la más grande de las
injurias, como el quitarnos la vida, porque el Padre pone frente a nosotros el
cáliz lleno de la Sangre de su Hijo Jesús, para perdonarnos nuestros pecados. Si
a pesar de esto, no perdonamos, entonces, la ira de la Justicia Divina, retira
el cáliz de la Sangre de Jesús, dada para perdonarnos, y se descarga con todo
su peso sobre nosotros. Si en el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos perdone
los pecados y nos comprometemos a perdonar a nuestros enemigos, en la Santa
Misa, entonces, obtenemos la Sangre del Cordero de Dios, recogida en el cáliz
eucarístico, que nos perdona efectivamente los pecados, y por la cual y en la
cual perdonamos y amamos, en Cristo, a nuestros enemigos, y por eso, esta
petición, se cumple en el Padre Nuestro.
“No nos dejes caer en la tentación”: en el Padre Nuestro
pedimos a Dios que “no nos deje caer en la tentación”, pero en la Santa Misa,
obtenemos efectivamente aquello que pedimos y lo que obtenemos no solo no nos deja caer en la tentación,
sino que nos concede el triunfo sobre las pasiones, sobre la concupiscencia,
sobre el mal, sobre el infierno, y sobre el demonio, y esto que obtenemos es Cristo glorioso
y resucitado en la Eucaristía. Quien recibe a Jesús en la Eucaristía, no recibe
a un poco de pan bendecido, ni recibe a una conmemoración imaginaria de Jesús,
sino a la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, el Verbo de
Dios, que procede del Padre desde toda la eternidad, y que por lo tanto, es
Dios de Dios, de su misma naturaleza divina, y que posee su misma substancia
divina, su misma Luz celestial, su mismo Ser trinitario divino, y al llegar al
alma por la comunión eucarística, le concede al alma que lo recibe con fe y con
amor, y con un corazón contrito y humillado, y que no le opone resistencia, todo
su Amor Divino, y esto le proporciona una fuerza sobrenatural y celestial que
no solo le permite “no caer en la tentación”, sino que la hace crecer en los
más altos grados de santidad. Por esto, esta petición del Padre Nuestro, se
cumple con creces en la Santa Misa.
“Y líbranos del mal”: en el Padre Nuestro, pedimos a Dios
que nos libre del mal; en la Santa Misa, esta petición se cumple, porque en
ella, Jesús renueva de modo incruento su Santo Sacrificio de la Cruz, por medio
del cual derrotó, de una vez y para siempre, al demonio y al infierno, dando
cumplimiento a sus palabras: “Las fuerzas del infierno no prevalecerán sobre mi
Iglesia”, y haciendo realidad las palabras de la Escritura: “Al Nombre de
Jesús, toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en el abismo”; puesto
que en la Santa Misa, se renueva el Santo Sacrificio de la Cruz, por el cual se
derrotó al Demonio, la encarnación del mal, esta petición del Padre Nuestro se
cumple cabalmente en la Santa Misa.
“Amén”: el Padre Nuestro finaliza con el “Amén”, que
significa “Así es”; en la Santa Misa, entonamos el triple “Amén” al Cordero de
Dios, Jesús en la Eucaristía, uniéndonos a la liturgia celestial, al triple “Amén”
que entonan los ángeles y los santos al Cordero en los cielos, que es el mismo
Jesús en la Eucaristía, y por eso esta última oración del Padre Nuestro también
se vive plenamente en el misterio de la Santa Misa.
Por todo esto, el Padre Nuestro se vive en la Santa Misa.
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