jueves, 28 de marzo de 2013

Jueves Santo


(Ciclo C – 2013)
          “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin” (Jn 13, 1-15). Jesús, en la Última Cena, sabe que está próxima “su hora”, la hora en la que habrá de pasar de este mundo al Padre. Es la Hora de la Pasión y de la muerte en Cruz, y si bien es una hora muy dolorosa, es una hora también de triunfo y de luz, porque por la muerte de Cruz volverá al cielo, regresará a la Casa del Padre, de donde había venido. La Cruz es una Puerta que se abre en dos sentidos: de la tierra al cielo, porque desde la Cruz de Jesús se llega a la luz, y así Jesús, muriendo en la Cruz, regresará al cielo; la Cruz es una puerta abierta del cielo a la tierra, porque Jesús, al abrir la puerta del cielo, hace llegar a los hombres lo que hay en el cielo: el perdón, la gracia santificante, la luz, la paz, la alegría, el Amor de Dios.
          Jesús sube a la Cruz para abrir esa Puerta que da al cielo, puerta que desde Adán y Eva estaba cerrada para los hombres.
          Jesús había dicho: “Yo Soy la Puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10), y ahora sube al cielo para abrir esa puerta, para que los hombres puedan pasar y llegar al cielo, y esa Puerta abierta al cielo es su Sagrado Corazón traspasado.
          Cuando el soldado romano atraviese su Corazón con la lanza, quedará abierta la Puerta del cielo, que es su Corazón traspasado. Quien quiera ir al cielo, deberá entrar en su Sagrado Corazón, y a su vez, desde el Cielo, el Padre hará derramar, a través del Corazón traspasado de Jesús, un diluvio de Amor y de gracia.
          Por esto es que nadie puede ir al Padre si no es por el Sagrado Corazón y nadie puede recibir el Amor del Padre, si no es a  través del Corazón de Jesús herido por la lanza. Como Jesús nos ama tanto y Él sabe que regresa al Padre y que nosotros nos quedamos aquí en la tierra, solos y en la oscuridad -porque como Él es la "luz del mundo" (Jn 8, 12), al irse de este mundo, todo queda a oscuras, y por eso Él dice que es la "hora de las tinieblas" (Lc 22, 53)-, entonces, para que no nos sintamos solos, para que en todo momento tengamos el acceso al Padre desde la tierra desde esa Puerta abierta que es su Sagrado Corazón y para que en todo momento nos llueven desde el cielo las gracias y el Amor del Padre, Jesús decide quedarse entre nosotros y para poder hacerlo, inventa algo jamás visto, algo maravilloso y tan admirable e increíble, que hasta los ángeles del cielo, acostumbrados a las maravillas de Dios, se quedan perplejos y admirados, sin saber qué decir. El Jueves Santo, en la Última Cena, Jesús inventa un prodigio asombroso, algo jamás visto, que supera infinitamente a la Creación toda y a todos los milagros más portentosos que Dios pueda hacer con su infinita Sabiduría, su Amor eterno y su Omnipotencia divina, porque se trata del Milagro de los milagros,  y es la Presencia del mismo Jesús, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía, el Pan de Vida eterna.
          Por la Eucaristía, que es su mismo Corazón, palpitante, herido y traspasado en la Cruz, Jesús se queda entre nosotros, para que desde la tierra, todavía sin ir al cielo, nos unamos, por el Amor de su Corazón herido, al Padre, y recibamos del Padre todo su Amor, el Espíritu Santo.
          La Eucaristía es algo más grande que los cielos, porque es el Corazón de Jesús, Puerta abierta al cielo: el que se une a este Corazón, recibe el Amor de Jesús que lo lleva al Padre y a su vez recibe, del Padre, su Amor, que es el Espíritu Santo.
          "Esto es mi Cuerpo (...) Esta es mi Sangre (...) Haced esto en memoria mía". Jesús nos deja el regalo más hermoso de todos los regalos de Dios, la Eucaristía, su Sagrado Corazón traspasado, a través del cual nos unimos, en el Amor del Espíritu Santo, al Padre, y por medio del cual recibimos el Amor del Padre. No hay nada más valioso, más hermoso, más maravilloso, que la Eucaristía, porque la Eucaristía es algo más grande que el mismo cielo, porque es Jesús en Persona, y este regalo nos lo deja Jesús en el Jueves Santo.
          Pero además de dejar la Eucaristía, Jesús nos deja otro regalo más en la Última Cena, un regalo que surge de lo más profundo de su Corazón, y es el sacerdocio ministerial, para que se pueda celebrar la Misa y confeccionar la Eucaristía, para que Él pueda quedarse en medio de los hombres.
          Por esto Jesús le dice a la Iglesia: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22, 19), y lo que la Iglesia tiene que hacer en memoria de Jesús, es la renovación del Sacrificio de la Cruz, la Santa Misa, lo mismo que hizo Jesús en la Última Cena, el Jueves Santo. Lo que tiene que hacer la Iglesia es la Eucaristía, pero la Eucaristía no se puede hacer si no hay Misa, y la Misa no se puede hacer si no hay sacerdote. Jesús nombra sacerdotes a sus discípulos y amigos, y deja instituido el sacerdocio, para que ellos celebren la Misa y confeccionen la Eucaristía, y a partir de sus discípulos, todos los sacerdotes del mundo harán lo mismo, hasta el fin de los tiempos, hasta el Día del Juicio Final.
          Como solo la Eucaristía es la Puerta abierta al cielo, si no hay Eucaristía, la Puerta está cerrada y no podemos unirnos a Dios y no podemos recibir de Dios lo que Dios nos da: luz, Amor, paz, alegría, misericordia.
          Sin Eucaristía, el mundo queda envuelto en tinieblas, como un día sin luz de sol, en el que hace mucho frío y está todo oscuro y muerto. Nadie puede hacer lo que hace el sacerdote: ni la Virgen, ni San Miguel Arcángel, ningún ángel del cielo.
          Para que haya Eucaristía, para que haya una puerta abierta al Padre, para que los hombres tengan luz, paz, amor, alegría, Jesús deja el sacerdocio para su Iglesia.
          Por la Eucaristía, confeccionada por el sacerdocio ministerial, los dos grandes dones Jesús en la Última Cena, los hombres pueden cumplir el Mandamiento nuevo, el mandamiento de la caridad, que manda amar al prójimo como Cristo nos ha amado, con el Amor de la Cruz: "Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado".
          

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