(Domingo
IV - TP - Ciclo A – 2014)
“Yo Soy la Puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10). Jesús utiliza una imagen, la del pastor con sus
ovejas en un aprisco, en un refugio, para dar su enseñanza: una tapia o
empalizada que protege a las ovejas cuando estas regresan de sus pastos para
pasar la noche, la puerta abierta a los pastores, pero no a los ladrones que
penetran en el aprisco por algún otro lugar, la escena de la mañana cuando el
pastor viene de su casa para sacar a las ovejas para pastar, la llamada del
pastor que reconocen sus propias ovejas, el hecho de conocerlas el pastor por
su nombre, llamándolas a cada una por su nombre, la docilidad con que la grey
le responde, al tiempo que está dispuesta a huir de un extraño[1].
En esta imagen, cada elemento tiene un significado
sobrenatural: el pastor, el buen pastor, que entra por la puerta y conoce a sus
ovejas, es Cristo; las ovejas, son los bautizados; el corral o aprisco, donde
las ovejas están seguras, es la Iglesia Católica; el exterior del corral y la
noche, en donde merodean los lobos, representan los peligros para la salvación
de las almas: las tentaciones del mundo y los ángeles caídos, los demonios; los
ladrones, que no entran por la puerta, sino por otra parte, son los falsos
mesías, los anticristos, los fundadores de sectas, o incluso sacerdotes
católicos a los que les importa más de sí mismos que de las almas a ellos
confiadas.
La imagen central del aprisco o corral se aplica entonces a
la Iglesia, único lugar seguro de salvación, porque así como las ovejas están
seguras en el corral, protegidas por una puerta firme y por un buen pastor,
resguardadas del peligro de la noche, en donde merodean los lobos y los
asaltantes, así también las almas están seguras dentro de la Iglesia Católica,
cuyo Buen Pastor es Cristo, quien es también su Puerta firme y segura.
Solo
en la Iglesia Católica, fundada por el Hombre-Dios Jesucristo el Viernes Santo,
encuentra el hombre la salvación, por eso es que el Catecismo de la Iglesia
Católica[2] y
el Concilio Vaticano II[3]
enseñan que “fuera de la Iglesia no hay salvación”. La Iglesia nació al ser
traspasado el Sagrado Corazón de Jesús por la lanza del soldado romano, y al
brotar de su Corazón la Sangre y el Agua, portadores de la gracia santificante
que se transmite a través de los sacramentos; de estos sacramentos, el
sacramento del bautismo es la puerta[4]
por la cual los hombres entran en la Iglesia para recibir la salvación obtenida
por Cristo en la cruz.
Con
la imagen del corral y del aprisco en el que las ovejas entran y quedan seguras
y al resguardo de los lobos y de los ladrones, Jesús nos quiere hacer ver que la
Iglesia es necesaria para la salvación y que “no hay salvación fuera de la
Iglesia”; quienes no pertenecen a la Iglesia, pueden salvarse, porque Dios,
dice también el Concilio Vaticano II, puede llevar a la fe por caminos que sólo
Él conoce, aunque esto no exime a la Iglesia de su tarea misionera: “Dios, por
caminos conocidos sólo por Él, puede llevar a la fe, ‘sin la que es imposible
agradarle’ (Hb 11, 6), a los hombres
que ignoran el Evangelio sin culpa propia; corresponde, sin embargo, a la
Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado de evangelizar’ (AG 7)”[5]. Distinto es el caso de aquellos que, sabiendo que Jesús fundó la Iglesia Católica
y sabiendo que es necesaria para la salvación, no quieren entrar o no quieren
perseverar en ella, es decir, los que no quieren recibir el bautismo, o los
que, habiéndolo recibido, lo rechazan, apostatando de la fe, tal como existe
hoy en la actualidad, un movimiento de apóstatas que llaman a borrar los
nombres de los libros del Bautismo[6]. Dicen
así el Concilio Vaticano II: “No podrían salvarse los que sabiendo que Dios
fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la
salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella”[7].
La
otra imagen que utiliza Jesús es la de la puerta, y es para aplicársela a sí
mismo: “Yo Soy la Puerta de las ovejas”. Una puerta abierta deja pasar, entrar,
salir; permite circular libremente; una puerta cerrada, impide el paso, protege[8]. La
puerta se identifica también, con la construcción a la que pertenece: ya sea
con la ciudad -sobre todo en la antigüedad, las ciudades poseían puertas
monumentales, fortificadas, que protegían de los enemigos o daban paso a los
amigos- o, en el caso de la figura del aprisco o corral, se identifica con el
corral: Jesús es la Puerta de las ovejas, es la puerta del corral: Él es, con
su Corazón traspasado en la Cruz, la Puerta abierta al cielo; Él es la Puerta
abierta por la que salen las ovejas al amanecer, para alimentarse con los
pastos verdes y abundantes y beber el agua fresca y cristalina de la gracia
santificante, los sacramentos de la Iglesia; Él es la Puerta cerrada que
protege a las ovejas cuando ya ha oscurecido y todas las ovejas han entrado al
redil, y no deja entrar al Lobo infernal, que quiere, con sus dientes y garras
afiladas, despedazar las almas para siempre en los abismos del Infierno; Jesús
es la Puerta cerrada, segura y firme, que protege a las ovejas de las
acechanzas del Lobo infernal, y si alguna, por desventura, queda a merced del
Lobo, es solo porque no ha querido, por voluntad propia, entrar y quedar
segura, al resguardo del aprisco cerrado y protegido por la Puerta maciza que
es Cristo Jesús. Jesús es la Puerta cerrada que protege a las ovejas también de
los malos pastores, de los asaltantes, de los que quieren entrar en el aprisco
por otro lado; son los falsos cristos, los falsos mesías de la Nueva Era, los
anticristos, los que se disfrazan de pastores, pero solo para apuñalar a las
ovejas, matarlas, y apoderarse de su lana y asar su carne.
“Yo
Soy la Puerta de las ovejas”. Solo Jesús en la Cruz y en la Eucaristía es la
Puerta por la cual alcanzamos la eterna salvación; no existe ninguna otra
puerta por la que podamos entrar en la vida eterna, porque solo Jesús
crucificado y Jesús en la Eucaristía nos conduce, por medio del Espíritu Santo,
al seno de Dios Padre. Cualquier otro cristo, es un cristo falso, un
Anticristo.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentario
al Nuevo Testamento, Tomo III, 732-733.
[2] Número 846.
[3] Lumen Gentium n. 14.
[4] Cfr. Catecismo, 846.
[5] Catecismo 848. Decreto Ad
Gentes sobre la Actividad Misionera.
[6] El movimiento existe y se llama:
“Apostasía Colectiva”; su página web es: apostasía.com.ar. Llama a los
bautizados en la Iglesia Católica a “darse de baja de la Iglesia Católica”,
entendiendo la apostasía como “un derecho” (sic), y el modo de hacerlo
consistiría en remitir una carta modelo en la que se solicita a la parroquia
que se borren los datos del bautismo de los libros parroquiales.
[7] Lumen Gentium n. 14. Esta afirmación no se refiere a los que, sin
culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia: ‘Los que sin culpa suya no
conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero
corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de
Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la
salvación eterna’ (LG 16; cf DS 3866-3872). Catecismo, 847.
[8] Cfr. X. León-Dufour, Vocabulario
de Teología Bíblica, Editorial Herder, Barcelona 1993, 750-751.
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