(Domingo V - TO - Ciclo A – 2014)
“Ustedes son la luz del mundo (…) una lámpara no se enciende
para ocultarla, sino para que alumbre (…) los hombres deben ver brillar la luz que
hay en ustedes, con sus buenas obras, para que glorifiquen al Padre que está en
el cielo” (Mt 5, 13-16). Nuestro
Señor plantea la lucha entre el Bien y el Mal en términos de luz y oscuridad:
los cristianos forman parte de la luz, participan de la luz, porque Dios Padre
les ha hecho partícipes de su luz al comunicarles la gracia divina de la
filiación en el bautismo sacramental; es a esta luz a la que Jesús se refiere
cuando dice que “no se enciende una lámpara para esconderla bajo un cajón”,
porque es Dios Padre quien ha encendido al alma con la luz divina de la gracia
en el momento del bautismo. Para graficar esta lucha, Jesús utiliza la figura de un hombre que enciende una luz en una lámpara: si la enciende, es obvio que no se la enciende para esconderla debajo de una mesa o para ponerla dentro de un cajón; si alguien enciende una lámpara, es porque la casa se encuentra en tinieblas y es necesaria la luz y esa luz debe colocarse en lo alto para que disipe las tinieblas, de otro modo, es inútil. Ese hombre que en la figura del Evangelio enciende la luz de la lámpara es en la realidad sobrenatural de la eternidad de los cielos, Dios Uno y Trino, porque Dios Trino es luz y luz eterna, indefectible, celestial,
sobrenatural; Dios es luz que vence a las tinieblas, a los ángeles caídos, que
son tinieblas vivientes, y Dios, que es luz eterna y viviente, comunica de esa
luz por medio del bautismo sacramental, a las almas, convirtiéndolas de meras
creaturas en hijos adoptivos suyos, reviviendo así en cada bautismo sacramental
la escena del Jordán, dirigiendo a cada niño que se bautiza las mismas palabras
que le dirigió a su Hijo Jesús: “Este es mi hijo muy amado”. Pero esta luz de
gracia, la gracia de la filiación, que Dios Padre enciende en el bautismo
sacramental, debe ser desplegada voluntaria y libremente porque el hombre es un
ser libre ya que en esto consiste la “imagen y semejanza” con la que fue creado
(cfr. Gn 1, 26), y este despliegue
libre y voluntario de la gracia, se verifica por medio de las obras buenas, que
son las que iluminan y disipan las tinieblas.
La gracia del bautismo es luz, porque es participación de la
Gracia Increada, es decir, es participación de Dios, que es Luz en sí mismo,
pero si esa luz, esa gracia, no se pone por obra, no ilumina, y así las
tinieblas no se disipan, permanecen como tinieblas. Cuando un católico no da
testimonio de su catolicismo, el mundo, que “yace en tinieblas y en sombras de
muerte” (cfr. Lc 2, 6-7) sigue
yaciendo en tinieblas y en sombras de muerte”. Si un niño que asiste a un
colegio católico miente y roba y maltrata a sus padres, sin propósito de
enmienda, es una lámpara que se oculta bajo la mesa, no alumbra y no ilumina;
si los novios católicos no conservan la castidad, no alumbran, no dan
testimonio, no alumbran; si los padres católicos no rezan ni asisten a Misa, no
alumbran a sus hijos y si no evitan la discordia entre sí, no alumbran; si un sacerdote católico está a favor de la anti-natura,
no alumbra; si una universidad católica no predica el Magisterio eclesiástico,
no alumbra; si un colegio católico se relaja en la moral católica, no alumbra;
si un medio de información católico no transmite información católica, no
alumbra, y así sucede con todo lo demás.
“Ustedes
son la luz del mundo (…) una lámpara no se enciende para ocultarla, sino para que
alumbre (…) los hombres deben ver brillar la luz que hay en ustedes, con sus
buenas obras, para que glorifiquen al Padre que está en el cielo”. Si el mundo
de hoy está inmerso en la más profunda de las tinieblas, es porque los
cristianos no alumbramos como deberíamos. Es hora de que obremos las obras de
misericordia, corporales y espirituales, las que nos prescribe la Iglesia, para
que los hombres vean la luz que Dios ha puesto en nuestras almas el día de
nuestro bautismo, y así glorifiquen al Padre que está en los cielos.
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