“Que la austeridad penitencial nos ayude en el combate
cristiano contra el mal”. Esto reza la Iglesia en la Liturgia de las Horas en
las Laudes del Jueves de Cenizas y de esta manera nos da las razones por las
cuales, como cristianos, debemos vivir el tiempo litúrgico de la Cuaresma
haciendo penitencia. ¿Qué significa este “combate cristiano contra el mal? Para
saber la respuesta, debemos reflexionar acerca de qué es lo que entendemos por “mal”,
porque la penitencia cuaresmal se orienta a combatir el mal. Podemos decir que
hay dos tipos de males: el pecado como mal de la persona y el mal
personificado, el mal que define a una persona y este es el Ángel caído,
Satanás. Entonces, cuando decimos que la penitencia y la austeridad cuaresmal
nos ayudan en el “combate cristiano contra el mal”, estamos haciendo referencia
a estos dos tipos de males, el pecado como mal personal y el Demonio como mal
personificado en una persona angélica, el Ángel Apóstata.
Con relación al pecado personal podemos encontrar en las Escrituras
qué es lo que el mismo Dios quiere que combatamos en nosotros. Por ejemplo, en
Isaías 58, 1-12, Dios dice así por boca del profeta: “El día del ayuno buscáis
vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y
disputas, dando puñetazos sin piedad”. Dios nos hace ver que lo que debemos
combatir a través del ayuno y la penitencia es el pecado personal, que es el
mal que surge en el corazón y que luego se traduce en obras malas: egoísmo,
riñas, disputas, las cuales no necesariamente son físicas, sino ante todo de
orden moral, como la calumnia y la difamación, males inmensamente peores que los
golpes físicos.
Éste es entonces el primer mal a combatir, el pecado como
mal personal.
El segundo mal a combatir es el mal personificado, podríamos
decir, el mal convertido en persona y es el Ángel caído, Satanás, quien ronda a
nuestro alrededor buscando la ocasión de hacernos caer para arrastrarnos con él
a la eterna perdición. La Escritura lo describe como “león rugiente que anda
buscando a quién devorar”. Por supuesto que no debemos creer que todo el mal
personal que cometemos se debe a la acción del demonio, porque en la mayoría de
las veces el demonio no tiene necesidad de tomarse el trabajo de tentarnos, ya
que solos nos precipitamos en el pecado.
“Que la austeridad penitencial nos ayude en el combate
cristiano contra el mal”. Nuestro combate –“combate es la vida del hombre en la
tierra”, dice el libro de Job- entonces no es contra el prójimo, sino contra
nosotros mismos, en la tendencia al mal que llevamos, como consecuencia del
pecado original y es contra el demonio, contra el Príncipe de las tinieblas. Y como
es un combate cristiano, no usamos armas materiales, sino espirituales: la
oración, los sacramentos, la adoración eucarística, el santo crucifijo, los
sacramentales. Sólo así no sólo combatiremos el mal, sino que obraremos el
bien, la misericordia corporal y espiritual, que nos abre las puertas del
cielo.
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