lunes, 14 de noviembre de 2011

Hoy tengo que alojarme en tu casa



“Hoy tengo que alojarme en tu casa” (cfr. Lc 19, 1-10). Zaqueo, movido por la gracia divina, se sube a un árbol para poder ver a Jesús que pasa. Cuando Jesús llega al lugar donde se encuentra Zaqueo, le dice que baje del árbol, porque quiere entrar en su casa para ser alojado allí. Una vez en su casa, Zaqueo promete dar la mitad de sus bienes a los pobres, y devolver cuatro veces más a quien le haya quitado alguna pertenencia.

La entrada de Jesús en casa de Zaqueo, que significa la salvación para éste, se repite en cada comunión, por la cual Jesús ingresa en el alma. Por eso es que hay que estar atentos al ejemplo de Zaqueo, para imitarlo.

El evangelio dice que Zaqueo “bajó en seguida” de la higuera, es decir, desde la altura, y “se puso muy contento” porque Jesús quería entrar en su casa. Podemos preguntarnos si nos sucede lo mismo: ¿nos abajamos en nuestro orgullo, buscando ser mansos y humildes de corazón, antes de comulgar? ¿O, por el contrario, comulgamos desde las alturas de nuestra soberbia? ¿Nos alegramos por el hecho de que Jesús, por la comunión eucarística, va a entrar en nuestras almas y corazones, o es un hecho intrascendente para nosotros? La alegría de comulgar, es decir, la alegría que significa que Jesús entre en nuestra casa, en nuestra alma, ¿es lo suficientemente grande como para que queden en un segundo y en un tercer plano las preocupaciones, e incluso las tribulaciones cotidianas, o por el contrario, son éstas las que predominan sobre el gozo que significa comulgar?

Cuando Jesús entra en nuestro hogar, ¿experimentamos la contrición del corazón de Zaqueo, que reconociéndose pecador, da de sus bienes a los pobres, siguiendo el consejo de la Escritura: “La limosna cubre cantidad de pecados”?

Cuando Jesús ingresa en nuestra alma por la Eucaristía, ¿nos arrepentimos de haber robado a nuestros prójimos la paz, la armonía, la concordia, con nuestras muestras de orgullo, impaciencia, enojos, falta de mortificación y de verdadera caridad cristiana?

En cada Misa, antes de la comunión, Jesús nos repite lo mismo que a Zaqueo: “Hoy quiero entrar en tu casa”.

¿Nos sirve de algo el ejemplo de Zaqueo, o no significa nada para nosotros?

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