domingo, 12 de agosto de 2012

Jesús en la Eucaristía es el verdadero Pan bajado del cielo



(Domingo XIX – TO – Ciclo B – 2012)
         “Los judíos murmuraban de Él porque había dicho: “Yo Soy el Pan bajado del cielo. Y decían: “¿Acaso no es Jesús, el hijo de José, el carpintero? (…) ¿Cómo puede decirnos ahora: “Yo he bajado del cielo”?
         Quienes escuchan a Jesús se muestran incrédulos frente a sus palabras: Jesús les había dicho que Él y no el maná que los israelitas habían recibido en el desierto, era el verdadero Pan bajado del cielo. Los judíos no pueden entender sus palabras, porque por un lado, conocen su historia sagrada, y recuerdan el episodio del maná en el desierto, y les parece absurdo que un hombre les diga que Él es el verdadero pan bajado del cielo, con lo cual parece contradecir a sus antepasados; por otro lado, ven en Jesús a un hombre más, a un vecino del pueblo, al “hijo de José, el carpintero”, y no pueden comprender de qué manera ese hombre común, ese “hijo del carpintero”, cuyos padres son conocidos en el pueblo, haya “bajado del cielo”: si ellos conocen a sus padres, se preguntan, ¿cómo puede decir que ha bajado del cielo?
         Y sin embargo, Jesús es el verdadero Pan bajado del cielo, el verdadero Maná celestial, cuya consumición comunica la vida eterna, y ha venido del cielo, porque Él es Dios Hijo, generado eternamente en el seno del Padre, y encarnado en el tiempo para en el seno de la Virgen Madre para comunicar a los hombres el Espíritu divino, el Espíritu Santo.
La mala interpretación, la ignorancia acerca del origen real de Jesús, la sospecha, llevan a quienes escuchan a Jesús, a murmurar y a no dar crédito a sus palabras: “¿Acaso no es Jesús, el hijo de José, el carpintero? (…) ¿Cómo puede decirnos ahora: “Yo he bajado del cielo”?
La murmuración no es nunca un acto virtuoso; por el contrario, es un acto que refleja malicia, ya que no hay una búsqueda sincera da la verdad, sino el rechazo de esta y el regocijo perverso que surge de atribuir el mal al otro. La murmuración es siempre maligna, porque siembra la desconfianza y la duda en las buenas intenciones del prójimo. Con toda probabilidad, es de estas murmuraciones, producto de la malicia de quien no quiere averiguar la verdad, de donde salieron varios de los testigos falsos que luego testimoniaron en contra de Jesús, en el juicio inicuo que lo llevó a su condena a muerte. Este es el resultado de la murmuración que se convierte en calumnia: la muerte del inocente.
Es por eso que el cristiano no debe murmurar, es decir, hablar mal del prójimo atribuyéndole mala intención, sino que debe, por el contrario, ejercer la caridad, esforzándose por pensar y hablar bien del prójimo, justificándolo en su intención.
Sin embargo, no es la murmuración lo que Jesús les reprocha principalmente –“No murmuren entre ustedes”, les dice Jesús-; Jesús les reprocha su incredulidad, porque se escandalizan de sus palabras, y no debían hacerlo, porque los signos y milagros que Jesús hizo delante de sus ojos –resucitar muertos, curar enfermos, multiplicar panes y peces, expulsar demonios-, eran suficientes para atestiguar su condición divina, con lo cual sus palabras quedan atestiguadas por sus obras. Por eso Jesús dice: “Si no me creéis a Mí, creed al menos por mis obras”.
Pero el murmurador, ciego ante la Verdad que se le manifiesta con signos y milagros, en vez de abrir su corazón a la luz de la Verdad, prefiere cerrar los ojos y vivir en la oscuridad y en la ceguera, con lo cual la murmuración se convierte luego en calumnia. Es lo que le sucederá a Jesús, en el juicio inicuo: los falsos testigos se basan en los murmuradores, para atestiguar falsamente y lograr su condena a muerte.
Más allá de enseñarnos lo negativo de la murmuración –que finaliza en calumnia y en grave daño para el prójimo-, el pasaje del Evangelio nos hace ver la realidad de Jesucristo como Pan de Vida eterna bajado del cielo, que comunica la vida eterna a quien se une a Él por la comunión eucarística, con fe y con amor.
Yahveh, en el desierto, como muestra de su amor de predilección por los judíos, el Pueblo Elegido, les hizo llover el maná, llamado pan bajado del cielo, porque su origen era milagroso y celestial; sin embargo, no era el definitivo y verdadero, porque quienes comieron de ese pan, luego murieron. Es Jesús el verdadero Pan bajado del cielo, que alimenta con un manjar exquisito, la substancia misma de Dios Trinidad, a quien lo consume, y de la misma manera a como los israelitas, alimentados por el pan, pudieron atravesar el desierto, venciendo el calor del mediodía y el frío de la noche, y pudieron, con las fuerzas que le daba ese pan, hacer frente a las alimañas del desierto, las arañas y los escorpiones, para llegar sanos y salvos a Jerusalén, la Tierra Prometida, así también Dios Padre da, al Nuevo Pueblo Elegido, la Iglesia Católica, el verdadero Pan bajado del cielo, el Maná celestial, la Eucaristía, para que quien lo coma, sea alimentado con la misma substancia divina, fortalecido, pueda atravesar el desierto de la vida terrena, venciendo al ardor de las pasiones mundanas, al frío de la corazón sin amor, y a las alimañas espirituales, los ángeles caídos, y llegar sano y salvo a la Jerusalén celestial, la feliz contemplación en la eternidad de la Santísima Trinidad.

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