“El
fin del mundo es como una red llena de peces” (Mt 13, 47-53). La cotidiana escena de pescadores que tienden las
redes en el mar para pescar, sirve en este caso a Jesús para describir las
asombrosas realidades de la vida ultra-terrena.
En
la escena de la pesca, cada elemento representa una realidad sobrenatural: el
mar es el mundo y la historia humanos; los peces, son los hombres; la pesca, el
Día del Juicio Final; la red en la que los peces son subidos a la barca, es
Cristo; la barca es la Iglesia; los pescadores, los ángeles que intervendrán en
ese momento, separando a los buenos de los malos; los peces en buen estado, son
las almas en las que Dios encontrará, al fin de sus días, gracia, amor y bondad
hacia el prójimo, y serán consideradas dignas de entrar en el Reino de los
cielos. Por el contrario, los peces en descomposición, aquellos que en una
jornada de pesca deben ser desechados porque no sirven para la alimentación y
el comercio, representan a aquellos que, en el momento del juicio particular,
es decir, en el momento de la muerte, fueron encontrados privados de la gracia
de Dios, y por lo tanto, sin bondad ni amor hacia Dios y hacia el prójimo en el
corazón, y de la misma manera a como los peces que no sirven son arrojados fuera de la barca, así las almas sin gracia y sin amor, serán arrojadas al infierno.
“El
fin del mundo es como una red llena de peces”. Para quien quiera saber cuál
será su destino eterno, sólo tiene que buscar, en su corazón, cómo vive el
primer mandamiento, el más importante de todos, el que abre las puertas del
cielo si se lo cumple, o las puertas del infierno si no se los cumple.
Aquel
que albergue en su corazón resentimiento y enojo, y sea incapaz de perdonar, y
aquel que no refrene su lengua –no vale nada la religión del que no refrena su
lengua (Sant 1, 26)-, se encuentra, desde ya, entre aquellos que serán considerados indignos
del Reino de los cielos.
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