domingo, 7 de julio de 2013

“Tu fe te ha salvado”


“Tu fe te ha salvado” (Mt 9, 18-26). Una mujer hemorroísa, que padecía de hemorragias desde hacia doce años, habiendo gastado su dinero en médicos sin encontrar solución, se acerca a Jesús pensando que con sólo tocar su manto quedará curada. En el momento de hacerlo, Jesús se da vuelta y le dice: “Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado”.
La fe de la mujer hemorroísa es un ejemplo para nuestra propia fe, y por eso es conveniente analizarla y compararla con la fe de las otras personas que forman la multitud que apretuja a Jesús: al igual que estas personas, que se acerca a Jesús porque sufren por diversos motivos, la mujer se acerca a Jesús porque se encuentra atribulada debido a la angustiosa prueba de su larga enfermedad, pero se diferencia de los integrantes de la multitud que apretuja a Jesús, en que ella consigue un milagro, mientras que los otros, no. Aunque no toca su Cuerpo, sino su manto, Jesús siente que ha salido de Él una energía, y es debido a la fe de la mujer; los demás integrantes de la multitud, por el contrario, sí tocan en su Cuerpo -como sucede con alguien que se encuentra en medio de una multitud-, pero no logran ningún milagro.
La fe de la mujer hemorroísa: es tan firme y fuerte, que ha logrado arrancarle un milagro, el milagro de la curación de su enfermedad. La fe de la mujer hemorroísa sobresale de entre la multitud por su firmeza, por su ausencia de dudas ante el poder sanador de Jesús, el Hombre-Dios: está tan convencida de que Jesús es Dios –y que por lo tanto, es omnipotente-, que sabe que basta con tocar su manto para quedar curada; no le hace falta ni hablarle, ni que Él se dirija a Ella y la cure con su palabra, ni que la toque con sus manos, como ha sucedido en otras ocasiones: basta con sólo tocar su manto, y ella quedará curada, porque tanta es la fuerza sanadora y el poder sin límites de Jesús, que todo en Él está impregnado de su energía divina, y por este motivo, no se atreve ni siquiera a molestarlo para pedirle auxilio, sólo quiere tocar su manto. Y efectivamente, luego de tocar el manto, queda curada. Al constatar su fe, Jesús elogia a la mujer hemorroísa: “Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado”. Aunque pudiera parecer que la felicita porque su fe la ha salvado de la enfermedad –en efecto, queda instantáneamente curada-, Jesús la felicita por otro milagro ocurrido en ella, infinitamente más valioso que el de haber sido curada de una larga enfermedad: ha recibido la fe en Él, en su condición de Hombre-Dios, en su poder divino, en su omnipotencia y en su misericordia infinita, en su condición de ser Él el Redentor de la humanidad, y es esta fe la que le granjeará la entrada al Reino de los cielos.
Es esta fe de la mujer hemorroísa, por lo tanto, el ideal de nuestra fe, y si creciéramos en la fe hasta tener la misma fe oiremos, al fin de nuestras vidas, al franquear la Puerta de los cielos para ingresar en la eternidad del Reino de Dios, las mismas palabras de parte de Jesús: “Tu fe te ha salvado”.


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