lunes, 1 de julio de 2013

“El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”


“El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Mt 8, 18-22). Atraído sin duda por lo sublime de su doctrina, un escriba se acerca a Jesús y le dice: “Maestro, te seguiré adonde vayas”. La respuesta de Jesús indica que Él no rechaza a quien se le acerca y aun más, quiere seguirlo, pero sí advierte que su seguimiento no es para nada fácil: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Quien lo siga a Él, deberá estar dispuesto a padecer todo aquello que se derive de la extrema pobreza en la que se desenvolverá la misión: incluso los animales silvestres, como los zorros y los pájaros, tienen un lugar donde guarecerse y reposar, pero el Hijo del hombre “no tiene dónde reclinar la cabeza”. Esta extrema pobreza y carencia de medios materiales es un signo distintivo del cristianismo –al menos del primitivo, de aquel cristianismo que refleja el mensaje de Cristo-, puesto que el desprendimiento de los bienes materiales –no solo de las cosas superfluas, sino incluso de las necesarias- es un signo de la fe en la vida futura en los cielos, en donde estos bienes materiales no tendrán absolutamente ninguna utilidad. El cristiano, viviendo la santa pobreza, la pobreza de la cruz, anuncia, ya desde esta vida, la existencia del Reino de los cielos, reino en el cual la única materia que existirá será la materia corpórea, la materia que forma el cuerpo del hombre, pero glorificada, es decir, transfigurada por la gloria divina. Ninguna otra materia –bienes materiales, dinero, oro, plata, etc.- tendrá cabida en el Reino de los cielos, por lo que el hecho de apartarse voluntariamente de estas cosas, por parte del cristiano, es un anuncio de la vida futura en el Reino de Dios Padre. Apegarse a los bienes materiales, en esta perspectiva, indica un contra-signo, o un signo negativo, que niega en sí mismo la esperanza en la vida eterna.
A esto se refiere Jesús cuando dice: “El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza”, pero también y ante todo lo dice en otro sentido, y es el momento en el que Él estará crucificado, porque allí, su divina Cabeza, coronada de espinas, no podrá descansar ni siquiera un instante, debido al tamaño de la corona de espinas, que le impedirá cualquier tipo de reposo. Será en la cruz, entonces, en donde “el Hijo del hombre no tendrá dónde reposar la cabeza”, porque serán las gruesas y filosas espinas, que penetrarán por todo su cuero cabelludo, llegando incluso a lastimar las orejas, la frente y hasta la nuca, lo que impedirá su descanso.

Ahora bien, puesto que la corona está formada materialmente por las espinas que crecen en el arbusto, pero espiritualmente la forman los malos pensamientos de los hombres, si el cristiano quiere seguir a Cristo, como el escriba del Evangelio, debe estar dispuesto a padecer con Cristo los dolores de su Pasión, ofreciéndose él mismo como víctima de expiación y reparación junto a Cristo, haciendo realidad lo que dice San Pablo: “Completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo”. De esta manera, ofreciéndose en Cristo para aliviar su dolor, y ofreciendo su pecho para que repose el Divino Redentor, así Jesús tendrá un lugar en dónde reposar su Cabeza.

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