jueves, 4 de julio de 2013

“Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’”


“Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’” (Mt 9, 1-8). El episodio del paralítico que es llevado en camilla ante la presencia de Jesús demuestra, entre otras cosas, cuál es el poder de la fe en Cristo Jesús: es tan fuerte, que obtiene para el hombre paralítico algo infinitamente más grande que lo que venía a buscar, y es el perdón de los pecados. En efecto, el hombre paralítico, llevado por otros –probablemente, familiares y amigos- ante la presencia de Jesús, busca principalmente la curación de su dolencia física, y se encuentra con que el Amor misericordioso de Dios le concede, además, la curación de su alma, al perdonarle los pecados.
Tanto el paralítico como los que lo transportan en camilla, no dudan de que Jesús tiene el poder suficiente para curar la dolencia que le impide caminar, y es esta fe, que expresa confianza total y absoluta, lo que los lleva a superar los obstáculos que se les presentan, como la muchedumbre que les impide el paso y que los obliga a tener que subir al techo y abrir un orificio para poder llegar a Jesús. Como se ve por el relato evangélico, el resultado es la doble curación del paralítico, que se ve libre de su dolencia física y también de su dolencia espiritual, el pecado.
El episodio demuestra entonces que la fe en Jesús, cuando es fuerte, simple, confiada, consigue lo que pide y muchísimo más, porque la fe es alcanzar el Corazón de Jesús, abrir sus puertas y sacar todos los tesoros que contiene, que son inagotables.

“Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’”. Al igual que los hombres del Evangelio, que gracias a su fe inquebrantable en la omnipotencia divina de Jesús y en su Amor infinito, logró mucho más de lo que pretendían, así también nuestra fe debe ser igualmente inquebrantable y confiada en el Amor divino, de modo que por medio de la fe, podamos acceder a los tesoros del Sagrado Corazón y saquearlos, como un ladrón que roba un tesoro más valioso que el oro.

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